La cobranza a Nemesio, por Mirza Mendoza
Autor: Mirza Mendoza | Perú
Cruzo la pista en rojo. Los conductores paran en seco. Me insultan. Yo los miro indiferente. Mis piernas de gacela levitan por la cebra peatonal. El semáforo cambia a verde a pocos segundos de haber recibido mil improperios. Doy la última pitada al cigarro que agoniza en mis labios. Me acomodo la falda. Reviso mis tacones. Camino con calma. Me encanta importunar, hacerle miserable la vida a los desconocidos. Busco entre los bolsillos de mi chaqueta otro cigarrillo con que entretenerme. Mis uñas despintadas llevan diferentes capas de esmalte. Mis dedos, largos como espadas, forman parte de mi arsenal de coqueteo. Ubico la dirección escrita en un papel manchado mientras confirmo que se me acabó el tabaco.
Camino por las solitarias calles llenas de baches y esquinas meadas. Encuentro la casona. La tablita con los números está por caerse. Dentro, unos perros ladran. Antes de tocar, miro la puerta, es antigua, de caoba tallada; un rezago de la gloria que fue aquel barrio en el siglo pasado. Dudo si tocarla. Los ladridos cesan. El centro de Lima cae a mis pies.
Por impulso acaricio los recovecos de la madera por donde pasaron las gubias. Noto que el pulido de los surcos fue hecho con destreza. Levanto una ceja. Asumo que lo talló un artesano capacitado. La puerta ostentó lujo. Ahora es como otras que no llevan sus relieves. Retrocedo para admirar la figura tallada: una sirena. Le han dibujado penes cerca de la boca con un marcador negro. Si el antiguo dueño resucitase, seguro que moriría nuevamente por la impresión. Pasan por mi lado un par de mujeres. Me observan con ojos de sospecha y lujuria. Quiero sacarles la lengua, pero me contengo. Mi mirada se posa frente a la puerta custodiada por la figura de sirena.
«Una habitante fantástica del fondo del mar, se luce estática, sobre madera desteñida y malograda. Una doncella con escamas que brilló alguna vez, barnizada y adorada. Una sirena que no sabe por qué está ahí. Solitaria. Llena de penes, mal dibujados, apuntando a sus labios tallados con maestría. No está el señor Nemesio, quien ve a diario a la sirena muda que se desgasta, sufriendo ante el mundo. Ella debe de estar triste o sentirse indigna. Antes, regia; ahora, barata, ninguneada. Observo una puerta que solo cumple su función, casi inmortal, de negar el pase a las personas, hasta que un incendio, terremoto o la indiferencia la desaparezca junto a su ninfa cola de pez».
Corto mis pensamientos mientras me arreglo el moño. Organizo mis prioridades. Si no encuentro a Nemesio, debo regresar el siguiente martes, junto con Pachón, Juanjo y Choto a cobrar la deuda. De seguro Choto querrá llevarse la puerta. Tiene una debilidad por las cosas hechas a mano. Toco con desgano la madera, cuidando no golpear a la sirena que, por un minuto, parece sonreírme. Los perros ensayan sus ladridos, otra vez.
Nemesio, hijo bastardo de aristócratas venidos a menos. Nemesio, hijo de puta, sal de una buena vez…
Me desespero sin un cigarro que morder y sin esperanzas de cobrar hoy la deuda. Ensayo en la mente hacer como el lobo feroz: soplar y soplar y la casona derrumbar. Dudo de poder lograrlo, la sirena resguarda el ingreso. Si fuerzo la puerta para entrar, los perros estarán felices de roer mis huesos. La suerte no está de mi lado esta vez. Ya me habían contado que a Nemesio no se le puede exigir que cumpla algo a tiempo. Advertida estoy incluso, de que suele lanzar maldiciones y embrujos.
Miro mi reloj de imitación Rolex mientras camino a la esquina. La falda sube y baja al compás de mis pasos. Una moto circula cerca de mí. El conductor disminuye la velocidad para chiflarme. Le muestro el dedo medio. Para en seco y retrocede. Regreso por el camino que recorrí. Llego a la casona de don Nemesio nuevamente. El motorizado se estaciona frente a mí. Me paraliza el miedo. Indago en la mente un arma con qué defenderme. Me agacho para sacarme un tacón.
«La calle vacía, la sirena silente, Nemesio ausente. Los perros ni un ladrido. Yo quise venir sola a cobrar, entonces me jodo. ¿Será mejor gritar o correr?».
Un golpe en la cara me tumba. Caigo esperando sentir el cemento duro de la acera. Me recibe una hamaca de agua y unos brazos delgados que con delicadeza me llevan hacia una playa de arena blanca. “No cierres los ojos”, me dice una voz hecha de tres finas cuerdas. Me llena el olor de la sal, de los peces, el aire embriagado del rumor del mar. Debo dejar de fumar hierba…
Abro los párpados, los ojos no se acostumbran a la luz del día. No hay vehículo en la pista, solo el motociclista con la cabeza rota. Tirado. Me incorporo. Aún tengo el olor a mar en las fosas nasales. Se acerca una señora con una escoba. Siento mi mejilla arder por el golpe que momentos antes me dio el malnacido. La mujer empieza a gritar pidiendo ayuda mientras me sostiene el brazo. A los minutos una decena de personas está alrededor del infeliz. Me preguntan qué ha sucedido y prefiero guardar silencio, porque ni yo misma lo sé. Detrás de mí se abre una puerta; don Nemesio se pone a mi lado y, cínico como él solo, me dice que aún no tiene el dinero. “No debes andar sola, mamita. Mira lo que te ha pasado ahora…Ven en tres días con tus muchachos para pagarte”, me susurra en el oído y yo me trago las ganas de insultarlo frente a sus vecinos. Me pongo el tacón que estaba esperándome en el piso. El motociclista no despierta y poco me importa. Lo pateo para descargar mi rabia y frustración. La gente me deja hacer. Me limpio la ropa, me arreglo la falda, toco mi mejilla que al tacto se siente relajada. Quiero hablar con Nemesio. Al voltear, no ubico a la sirena en la puerta. Se me extienden los párpados al no encontrarla. Miro la tablita, esa es, con los números de la casona. La puerta del lugar es una de las sencillas, hecha de madera barata. El hombre de la moto despierta y empieza a toser. Vomita. Todos se asquean. Algunos retroceden. No puedo dejar de pensar en la sirena tallada con los penes mal dibujados cerca de su rostro. Una mujer grita, el desgraciado se ha parado y no deja de vomitar. De su boca sale agua con algas y diminutos peces, de sus cabellos cae arena blanca. Huyo del lugar con las ideas revueltas, llevando conmigo un extraño antojo de sushi. Sí, un fuerte deseo de comer pescado crudo.
MENDOZA CERNA, Mirza Patricia (Lima, 1985) Cuentista peruana. Autora del libro: Tenebrismo – Editorial Sexta Fórmula – 2021 Compiladora de la antología latinoamericana de ciencia ficción y terror: Error 404: Vínculo no encontrado – Editorial Libre e Independiente – Perú 2021 Finalista en el concurso “Cuentos de terror” Establo de Letras – Chile 2022 Finalista en el concurso “Cuéntalo en 100 palabras” Taller Altazor – Colombia 2022 Mención de honor en el concurso de terror “Navidades Paralelas” Lengua de Diablo Editorial – México 2022 Sus relatos de terror y ciencia ficción son parte de diversas antologías impresas en Perú. Publicado su relato «Decisión Tardía» en Letras Insomnes – México 2023 Publicado su relato «Déjenme entrar» en Minotauras – México 2023 Publicado su relato «Impronta de un cariño» en Óclesis Victimas del artificio publicó su – México 2023. Participó como moderadora en el Festival poético de terror Novias de negro Lima siglo XIX organizado por Editorial Cthulhu y Los Cuervos de Lilith en marzo 2023 Su relato ¿Quién cuidará a Patsy por mí? Fue publicado en la web Letras Insomnes. Autora del relato viral de terror «Ellos algún día vendrán por ti».