Una década después: El Lobo de Wall Street atrapado entre la ambición, el fraude y la euforia por el consumo

¿Me preguntaba cómo se convirtió en un hito y referente del mercado la prestigiosa película de Martin Scorsese? Más aún, al volver a ver la película El Lobo de Wall Street, me preguntaba cómo pasó de ser un éxito cinematográfico, que fue aspiracional y una película motivacional de emprendimiento, a una radiografía crítica de la sociedad y de las fisuras del sistema económico que lo soporta.
¿Me preguntaba cómo se convirtió en un hito y referente del mercado la prestigiosa película de Martin Scorsese? Más aún, al volver a ver la película El Lobo de Wall Street, me preguntaba cómo pasó de ser un éxito cinematográfico, que fue aspiracional y una película motivacional de emprendimiento, a una radiografía crítica de la sociedad y de las fisuras del sistema económico que lo soporta.

 

Recuerdo que la primera vez que vi la película, la palabra que vino a mi cabeza fue “glamour”. ¡Lujo y riqueza! Un discurso que ha venido construyendo EE. UU. e inoculando en todo el mundo a través del sueño americano. Esta y miles de películas más de Hollywood se han encargado de mostrarnos que el poder del dinero rompe todas las barreras. Incluso, desde la década de los 90, el auge capitalista hizo de Wall Street una meca de idolatría para quienes añoran tener el mundo en sus manos a través del dinero. ¡Money is God! Se llegó a decir con total arrogancia y vanidad.

Lo que llama la atención es la manera en que se hace evidente el cambio de valores y paradigmas de nuestra sociedad. El Lobo de Wall Street (2013), dirigida por Martin Scorsese y protagonizada por Leonardo DiCaprio, ha sido celebrada como una obra maestra del cine contemporáneo. La película, que relata la historia de Jordan Belfort, un corredor de bolsa neoyorquino que construye su imperio financiero a través de fraudes bursátiles, ha cautivado a la audiencia global por su dinamismo, humor negro y desmesurada extravagancia. No obstante, detrás del brillo y las drogas, es crucial cuestionar lo que la cinta realmente aborda —y lo que la crítica ignora.

A primera vista, El Lobo de Wall Street parece una crónica del mundo financiero, una exploración del poder del capitalismo y del éxito económico descontrolado. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. La película evita de manera sorprendente profundizar en las dinámicas económicas. Poco o nada se habla del sistema de especulación bursátil o se precisan algunos de los pormenores del sistema financiero de una manera significativa. En lugar de eso, la película de Scorsese dedica gran parte de la película a mostrar cómo el “éxito” del personaje se da a través del engaño y el uso excesivo de drogas. Y cuando decimos excesivo, es hasta llegar a mostrar lo ridículo que puede ser el consumo desmedido, como es gatear hasta un carro de lujo arrastrándose en la peor condición humana.

Por alguna razón, la humanidad se ha dejado embeber en discursos donde lo aspiracional, la ostentación del lujo y el desenfreno sexual son indicadores de éxito. Lo paradójico es que, antes de que se convirtiera en mercancía, esas formas de «realización personal» ya existían en ese mundo y fluían de forma más orgánica.

La glorificación del consumo: drogas como símbolo de éxito

Una de las críticas más recurrentes hacia la película es su constante apología al consumo de drogas como medio de realización y escape. Las imágenes de Jordan Belfort y su equipo consumiendo drogas en cantidades industriales ocupan una parte significativa de la trama. Las escenas de descontrol, risas y hedonismo no solo son frecuentes, sino que son presentadas de manera casi estética, glamorizando un estilo de vida que, en la realidad, tiene consecuencias devastadoras.

 

“Lejos de ser crítica o de visibilizar las problemáticas sociales, económicas y éticas reales, la película El Lobo de Wall Street refuerza una narrativa donde el exceso no solo es inevitable, sino también deseable en el contexto del éxito financiero.”

 

 

En lugar de usar las drogas como una herramienta narrativa para criticar la enajenación o el vacío existencial que podría caracterizar este estilo de vida, la película las convierte en parte de su atractivo visual. La representación de estos excesos no lleva a una reflexión profunda sobre el consumismo o la adicción, sino que se vuelve un espectáculo más, desprovisto de la profundidad, crítica real y matices que caracterizan las películas de este director.

Reflexión sobre El Lobo de Wall Street: la distancia que aclara

A medida que han pasado los años desde el estreno de El Lobo de Wall Street en 2013, he tenido tiempo de reflexionar sobre lo que realmente representa esta película. En 2024, con la distancia adecuada, puedo ver con más claridad lo que antes me deslumbraba: la euforia, el ritmo frenético, la lujuria del consumo y, sobre todo, el uso indiscriminado de drogas como símbolo de éxito. Ahora, esas escenas desenfrenadas parecen más un eco de una cultura en decadencia que un triunfo del espíritu humano.

Cuando vi la película por primera vez, estaba atrapado en su energía. La historia de Jordan Belfort, el corredor de bolsa que se convirtió en un magnate de la estafa, me resultaba fascinante. La opulencia de su vida, las fiestas interminables, la cocaína fluyendo como agua; todo esto me parecía una celebración del capitalismo en su forma más pura. Sin embargo, con el tiempo, me doy cuenta de que la película no es más que una fachada, una capa de humo que oculta las verdades más profundas sobre la economía y la moralidad.

Ahora, observando desde esta distancia temporal, me pregunto: ¿realmente abordó la película temas económicos de manera crítica, o simplemente se dejó llevar por el espectáculo? En retrospectiva, parece que la trama gira en torno a un espectáculo de luces brillantes y excesos, dejando de lado las cuestiones éticas y sociales que deberían ser el verdadero núcleo de la historia. Los temas económicos se difuminan entre risas y escenas de descontrol. Las referencias al mundo financiero quedan en un segundo plano, mientras el uso de drogas y el desenfreno se convierten en la verdadera atracción.

Ahora, en este presente de 2024, estoy consciente de que la película evitó discutir las implicaciones reales de la avaricia desmedida. La crítica al sistema financiero, si es que alguna vez existió, se ahogó en el ruido de las risas y el derroche. El espectador, atrapado en la trama, puede olvidar el costo real de las estafas que Belfort perpetró, las vidas arruinadas y el impacto en la economía en su conjunto. En ese momento, el relato era seductor, pero con el tiempo, me doy cuenta de que esas historias de éxito a menudo ocultan historias de sufrimiento.

Colombia, a dos cuadras de Wall Street

Lejos de tener un sistema financiero, bancario o accionario poderoso, en Colombia el sector financiero es precario y avaro. Las premisas del libre mercado para generar capital poco o nada tienen que ver con la banca en Colombia, donde las grandes sumas de dinero que mueve el sector financiero son producto de la avaricia que empobrece al pueblo con altos costos en sus servicios. Robos y desfalcos son palabras comunes que describen una realidad de injusta distribución. Sin embargo, si buscamos un homólogo a la colombiana podríamos hablar de Juan Carlos Ortiz, el “empresario” responsable del Fondo Premium de Interbolsa, quienes se robaron poco más de 80.000 dólares.

Una crítica económica ausente

Es irónico que una película que parece centrarse en el mundo financiero ofrezca tan poca crítica o reflexión sobre los problemas estructurales del sistema económico en el que opera su protagonista. El espectador nunca llega a entender las dinámicas económicas que permiten a Belfort enriquecerse a costa de inversores incautos, ni se profundiza en los mecanismos fraudulentos que sustentan su imperio. La película, que podría haber sido una crítica mordaz del capitalismo especulativo, opta por desviar la atención hacia el consumo de drogas y las fiestas descontroladas, como si estos fueran los verdaderos motores de la historia.

El problema no radica solo en la falta de enfoque económico, sino en cómo se utiliza el hedonismo para camuflar las verdaderas críticas que podrían haberse hecho. Mientras el espectador se ríe de las travesuras de Belfort bajo los efectos de las drogas, se olvida de las vidas arruinadas, de los pequeños inversores engañados y de las devastadoras consecuencias sociales del colapso financiero.

Lo más perturbador de todo es que Belfort, a pesar de sus crímenes, no enfrenta un verdadero castigo. La película termina con un resurgimiento del status quo, sugiriendo que en esta sociedad de consumo, incluso las peores transgresiones pueden ser perdonadas. Este mensaje, que se disfraza de entretenimiento, es una peligrosa distorsión de valores. El éxito se mide no por la integridad o la responsabilidad, sino por la capacidad de consumir y disfrutar de la vida sin límites.

Con esta perspectiva más clara, me doy cuenta de que El Lobo de Wall Street no solo es una representación de la avaricia, sino también un reflejo de una cultura que glorifica el exceso. Y en esa reflexión, encuentro un sentido de responsabilidad. Es esencial cuestionar lo que se presenta como éxito en nuestra sociedad. Las películas pueden entretenernos, pero también deben hacernos reflexionar sobre las verdades que se esconden detrás del brillo y la opulencia.

Hoy, cuando miro atrás, me siento afortunado de haber podido reflexionar sobre lo que realmente importa. El verdadero éxito no se mide solo en términos de dinero o consumo. Se mide en la capacidad de vivir una vida con ética, con responsabilidad, y sobre todo, con humanidad.

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Editor FUNLAZULI

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