Por: Alejandro Jiménez Schröder
La tendencia a exigir «personas de alto valor» ha cobrado fuerza en tiempos recientes, impulsada por la idea de que solo aquellos que cumplen con un conjunto de características ideales—inteligencia emocional, autoconciencia, autocuidado, habilidades de comunicación, entre otras—merecen ocupar un lugar en nuestras vidas. Esta narrativa, que promueve la perfección como requisito para formar relaciones significativas, se ha infiltrado en nuestras interacciones, convirtiendo cada vínculo humano en una especie de transacción, donde solo se acepta lo que cumple con estas expectativas.
En este contexto, la «persona de valor» se presenta como un ideal casi inalcanzable, un estándar que pocos pueden alcanzar, pero que todos debemos buscar. Sin embargo, al exigir estos perfiles perfectos, ¿no estaremos reduciendo a las personas a simples etiquetas, perdiendo de vista lo que realmente hace valiosa a la humanidad en su totalidad? ¿Estamos, quizás, cayendo en la peligrosa trampa de la banalización, donde lo humano se mide solo en términos de logros y atributos superficiales?
Es una tendencia completamente absurda y ridícula la de exigir «personas de alto valor» para nuestra vida. Lo que nos faltaba, de verdad, en un mundo ya tan saturado de superficialidades, mentiras y expectativas irreales. Vivimos en una sociedad consumista, donde todo se mide en términos de estatus, logros y etiquetas vacías, y ahora resulta que también tenemos que buscar personas que encajen en esa visión del «valor». ¿Qué significa eso de «personas de valor»? ¿Quién decide qué es valioso y qué no lo es?
Este tipo de mentalidad solo alimenta la exclusión y la alienación, pues pone en un pedestal a quienes cumplen con ciertos estándares de éxito o «perfección», mientras descarta a los demás. Es un enfoque egoísta y reduccionista, que olvida que las relaciones humanas deberían basarse en la autenticidad, el respeto y la empatía, no en una suerte de transacción donde buscamos lo que nos conviene según un falso concepto de «alto valor«.
En lugar de exigir «personas de valor», deberíamos aprender a valorar las relaciones genuinas, las que surgen sin filtros ni expectativas superficiales. La vida no es una competencia en la que solo aquellos que cumplen con una lista de méritos merecen un lugar a nuestro lado. Cada individuo tiene algo valioso que ofrecer, y esa verdadera riqueza no siempre está visible en lo que la sociedad decide etiquetar como «valor».
Para mí, todas las personas tienen un gran valor
Hoy por hoy, valoro más a los hombres de barro,
de madera y fuego, que
figuras de oro y plata.
Anhelo abrazar al ser humano
con sus errores, sus aciertos y sus dudas.
Admirar el proceso y ver la tenacidad de la persistencia,
abrazar la utopía.
Anhelo conectar con esa persona
que me abrace con sus miedos,
sus victorias y su humanidad…