Poemario de Daniel B. Montenegro
Por: Alejandro Jiménez Schroeder
Acercarse a la poesía no siempre es una experiencia placentera ni amable. No lo es para el autor que se expone y transita por los intrincados caminos del alma y con su pluma va andando el árido mundo sin poder congeniar, sin hallar certezas, ni una imagen sólida de aquello que es mirarse al espejo en medio de cada exploración. Pero tampoco es una experiencia amigable para el lector que presencia el desgarramiento del sujeto en cualquier lugar, el derrumbamiento de las construcciones sociales que cargamos encima, y que se van tambaleando con el pasar de las páginas. Cada verso es un ejercicio desgarrado, sincero y visceral. Pero no imaginemos un acto dramático ni una puesta en escena de la tragedia del mundo. Sin mayores preámbulos ni discursos excelsos, Daniel nos presenta la que será su ópera prima, con la única antesala de ser recibidos por dos versos de las poetas Alejandra Pizarnik y María Mercedes Carranza.
Este hecho que se avizora fútil nos trazará el ritmo y el rumbo de los versos que Daniel Montenegro ha dispuesto para adentrarnos en una serie de reflexiones del ser, como lo son la ensoñación, la muerte y el desencanto.
Al irrumpir en el universo de este libro nos encontramos con fragmentos de la realidad que no encajan con nuestros recuerdos, y nos hacen cuestionar sobre ese mundo que ha cambiado, sobre la ausencia de todas las cosas. Dice el autor en La derrota al caer “Hemos desaparecido por una madriguera minúscula, inefable. Transitados túneles cubiertos de palabras, manchados por el tiempo que arrastra nuestra derrota” como si al final, la imposibilidad de contener nuestra experiencia fuera la única verdad a la cual podemos aferrarnos en un devenir de causalidades.
Entre sus versos ligeros, y rimas cadentes, encontramos un poeta que está en permanente exploración. Un poeta que interroga a la palabra para encontrar un refugio del mundo y de las preguntas que le acechan. ¿Acaso tan anhelado silencio lo podremos encontrar? Una puerta de posibilidad nos deja entrever un quizás, una pieza de rompecabezas por acomodar y tal vez así, podamos reconciliarnos con ese hombre universal. Mientras tanto, entre versos y vasos la bebida va corriendo para reconocer en medio de la noche la existencia más humana del ser humano, desnudo, solitario, sin dueño.