¡BASTA YA! no más profesionales de la denuncia, el terror, la violencia y la intriga sucia en la Universidad Nacional de Colombia, la casa del pensamiento crítico.

¡BASTA YA! NO MÁS PROFESIONALES DE LA DENUNCIA, EL TERROR, LA VIOLENCIA Y LA INTRIGA SUCIA EN LA UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA, LA CASA DEL PENSAMIENTO CRÍTICO. ¡DENUNCIAR EL ABUSO ≠ ABUSAR DE LA DENUNCIA!

 


Carta abierta a la Rectora de la Universidad Nacional de Colombia

Dra. Dolly Montoya, y a la comunidad universitaria

Diana Diaconu

Profesora del Departamento de Literatura

Apreciada Doctora:

Me permito dirigirme personalmente a usted por la preocupación que siento ante la violencia y el malestar crecientes que se apoderan de nuestra alma máter, producidos por actitudes radicales, contrarias al pensamiento crítico y al diálogo, cuya casa debería ser la universidad. Me refiero aquí a aquellas legitimadas a través de un discurso dogmático que pretende solucionar la violencia de género, problema que no solamente no ha resuelto, sino que ha agravado, al monopolizarlo e instrumentalizarlo. Me atrevo a hablar porque muchas profesoras y profesores de todo el país me han escrito para manifestarme su plena adhesión a mis planteamientos críticos, la esperanza que les infundía el hecho de que por fin una profesora se atreviera a decir lo que cientos de docentes piensan y, al mismo tiempo, su miedo a expresarse libre y directamente en un medio público como, por ejemplo, el correo electrónico del grupo de docentes de la Universidad Nacional de Colombia, sobre este problema, que tanto ha afectado la vida de nuestra comunidad universitaria. De esta manera pude tener una medida del ambiente de intimidación y censura que se creó alrededor de un problema, que es de todos nosotros, pero que los “especialistas” en violencias basadas en género (VBG), como los que se han expresado en este foro virtual, han transformado en un tabú, sembrando el terror alrededor, en vez de fomentar un diálogo plural, inclusivo, transdisciplinario, que invite a la reflexión a toda la comunidad académica.

 


NUESTRA MISIÓN PRINCIPAL ES ENSEÑAR Y EDUCAR, CONTRIBUIR A LA FORMACIÓN Y EL DESARROLLO DEL PENSAMIENTO CRÍTICO: LA MANERA INTELIGENTE, DIALÓGICA, DEMOCRÁTICA, LA MÁS SEGURA Y EFICAZ PARA COMBATIR CON DIGNIDAD Y HUMANIDAD LA VIOLENCIA BRUTA Y LOS FANATISMOS Y DOGMATISMOS QUE LA PRODUCEN


En vez de que podamos pensar, entre todos, en cómo educar, estos profesionales de la VBG amenazan continuamente con denunciar, con lo cual no permiten el diálogo y el debate amplio, indispensables para que la propia comunidad académica halle la vía para solucionar los males que la aquejan. Los profesionales de tiempo completo dedicados a la denuncia no se limitan a denunciar el abuso, sino que también abusan de la denuncia, la banalizan y la alimentan, pues es su pan de cada día. Animan indistintamente las quejas fundadas y las infundadas y esto último resulta abusivo, porque obedece a unos caprichos y sirve a unos intereses y ambiciones personales. Si se mezclan sin criterio casos de VBG con otros que nada tienen que ver ni con el tema de la sexualidad o el sexismo, ni con el de la violencia, se llega al extremo de decirle a cualquier cosa “acoso” y “violencia de género”. Con lo cual, se banaliza y desacredita la gravedad de los casos reales, se ofende la justicia y la dignidad de las verdaderas víctimas que pretenden reparar, se victimiza a los falsos positivos y se sitúa en una posición de vulnerabilidad extrema a los docentes ante la denuncia, a menudo infundada, por VBG. Todo lo anterior se puede probar con los dichos y hechos con ocasión del debate del grupo de docentes (18-27.02.2023), cuya testigo es nuestra comunidad académica. La figura del denunciante profesional fácilmente degenera en la del instigador, el cual, en el nombre de la lucha en contra del patriarcado, adopta una actitud paternalista, pues trata a la “víctima” como a un menor de edad, se ofrece para arreglarle la vida íntima, enseñándole este sentido tan particular y tan sesgado en el que usa conceptos como el de “acoso” o “VBG”, manipulándola. El daño, ni siquiera sólo de imagen y reputación, sino estructural que sufre de esta manera la universidad y la comunidad académica es enorme, en el contexto complejo en el que la universidad ya está enfrentando un problema complicado de violencia, en general, y dentro de ella, de violencia de género.

Éste es el momento de hacer todo lo contrario, de trabajar conjuntamente en el sentido de educar para combatir la violencia de género y toda forma de violencia y de actitud radical, en el contexto más amplio de la lucha anticorrupción, en vez de reducir el asunto del control de la violencia a “vigilar y castigar”, en palabras de Michel Foucault, a las que podríamos añadir, desde nuestro contexto actual, “denunciar”. Porque hacerlo equivaldría a traer el ESMAD al campus para que “haga justicia”. Y para encontrar la alternativa inteligente se necesita un ambiente propicio para el encuentro y la socialización, seguro, pero también amable, humano, fresco, abierto al diálogo en confianza, entre quienes compartimos y entendemos el enorme gusto de debatir entre personas con muchos intereses comunes y muchas afinidades, que se aprecian y que tienen mucho que hablar. Lo que menos nos sirve ahora es más desconfianza, miedo, aislamiento, porque estamos saliendo de una larga pandemia y un largo confinamiento. Necesitamos como el aire fresco la unión, la empatía, la confianza que refuerzan los lazos que constituyen nuestra comunidad académica. Todo discurso y comportamiento antisociales, creadores de distancia entre la gente, y sembradores de resentimiento, odio y venganza resultan particularmente dañinos y peligrosos en un momento difícil, cuando hay tantos problemas de gravedad, que podemos observar apenas nos quitamos las lentes VBG de la mirada selectiva, que sólo ve lo que le conviene, cuando le conviene. Así como no ve a la madre, al padre, a la mujer, a las hijas e hijos del denunciado escarnecido, todos ellos, inocentes victimizados por sus prácticas “reparatorias” lanzadas cual gas lacrimógeno, caiga a quien le caiga, su mirada miope no alcanza a ver que la comunidad académica, en esta época difícil que atraviesa, tiene más problemas graves. Como, por ejemplo, un alza muy preocupante y sin precedente de los suicidios, tentativas de suicidio, pensamientos suicidas, afecciones psíquicas varias, pero que en su mayoría son de gravedad y se presentan en estudiantes, es decir, en personas muy jóvenes. En todos estos casos, más allá del tratamiento médico, la terapia social es imprescindible, la compañía cercana, humana, respetuosa pero cálida. Y menos aún quiere ver los suicidios inducidos por sus propias prácticas bárbaras e irresponsables, cuyas víctimas, resulta a veces después que también fueron víctima de una confusión, una tergiversación o una exageración. Pero más allá de los casos que acaban mal, a todos nos hace mucha falta, para no perder nuestra humanidad e incluso nuestra salud mental, recuperar la cordialidad y la confianza, poder acercarnos y darnos un abrazo sin miedo a una denuncia. 

Somos una institución que, si bien es cierto que debe ser un modelo en todo para la nación entera, se dedica básicamente a enseñar y educar, a formar seres éticos. La ley y su aplicación no pueden sustituir a la auténtica ética, ni deben intentarlo. No podemos abandonar nuestra misión central y traicionar nuestra identidad cultural para convertirnos en un órgano de represión, en una clase de policía que castiga la protesta y el espíritu crítico, como el ESMAD, máquina bruta y ciega de represión, que en la Universidad Nacional desaprobamos sin ambages porque produce más violencia, y cantidad de víctimas inocentes, sin resolver la violencia y, encima, legitima su barbarie como lucha en contra de la violencia. La censura y la violencia, física o simbólica, nunca serán la solución a ningún problema real y grave. La gravedad del problema o el apremio de resolverlo no pueden justificar la intervención que hace uso de la fuerza no asistida por el pensamiento. Por más que llenemos las cárceles, hasta que no eduquemos, no acabaremos con la delincuencia común. Después de Freud, la sexualidad se debe controlar principalmente educando y no solamente reprimiendo. Pensar y educar es lo nuestro: formar conciencias críticas, seres pensantes y éticos que sepan disentir y protestar oportunamente y CON CRITERIO, que sepan tomar posición y decir “NO” con discernimiento, y no fieles a una ideología u otra. Formar personas íntegras y maduras que sepan discernir lo bueno de lo malo, la verdad de la falacia, lo deseable de lo dañino, incluso en el panorama turbio y desconcertante de la confusión de los valores sin precedente que nos tocó vivir. Nuestra comunidad universitaria está compuesta por una mayoría de personas honestas y de buena fe, no por una mayoría de delincuentes. De los delitos se debe encargar la justicia. No podemos ahora, en virtud de una moda exitosa en el mundo entero, que afecta gravemente a la Academia, convertirnos, de institución cultural y educativa que somos, en próspera empresa neoliberal de las denuncias, porque ni haremos justicia, ni cumpliremos con nuestra noble misión. Apartémonos de los modelos gringos, que tanto daño le han hecho a Colombia, marquemos la diferencia y reafirmemos la identidad crítica, autónoma, atrevida, combativa a la vez que pensante, de la Universidad Nacional de Colombia, que no tiene por qué arrodillarse ante una moda que arrasa, ni seguir la tendencia. Hagámosle saber al mundo entero que en la Universidad Nacional de Colombia RESISTIMOS, unidos y solidarios con los defensores del pensamiento crítico y de la calidad académica de otras universidades (ver “El matoneo de profesores y el silencio cómplice de la administración de la Universidad Pedagógica Nacional. Carta abierta a Alejandro Álvarez Gallego, Rector de la UPN”, firmada por el profesor Renán Vega Cantor del Departamento de Ciencias Sociales). Pongámonos más bien al frente de un movimiento internacional de liberación, que devuelva la dignidad a la Academia de doquier, afectada últimamente por graves percances. Nuestra misión educativa es muy importante e incluso esencial en el contexto actual del país que se esfuerza y lucha por dar el cambio hacia la humanidad, la igualdad y la justicia. No podemos brindar una solución rápida, pero las soluciones inmediatas casi nunca resultan ser verdaderas soluciones. Sin embargo, a la larga, una educación de calidad a la cual tenga derecho y acceso todo el mundo es la solución a los graves problemas que nos preocupan, y no solo la solución a las violencias con base en género, sino también a todo tipo de violencia, de fanatismo y de corrupción.

 

UN DISCURSO PARA GUIAR EL REBAÑO. SIN NORTE Y SIN IDENTIDAD GENUINA, EL DISCURSO DE GÉNERO PARA MASAS NO REPRESENTA NI A LA MUJER, NI A LAS VÍCTIMAS, NI A LA IZQUIERDA COLOMBIANA, SÓLO LAS INSTRUMENTALIZA

Como profesora y especialista en crítica literaria me intereso en los mecanismos y procesos a través de los cuales los discursos críticos, que, originariamente nacen para servir a la verdad, a la justicia y a la humanidad, es decir, a causas legítimas, al convertirse en discursos hegemónicos y en discursos masivos, mediáticos, sufren unas adulteraciones y unas reducciones que, a menudo, los convierte en lo contario de lo que eran y, de esta manera, pierden legitimidad. Si eran nobles y benéficos, se vuelven tóxicos, dañinos. Recientemente, a raíz de un caso concreto ocurrido en nuestra facultad y a solicitud de una colega, hice un análisis de cómo el discurso de género, que luchaba por la igualdad entre los sexos y combatía la discriminación, la injusticia, la violencia, el autoritarismo, el dogmatismo propios del patriarcado, degeneró y llegó a promover todos los males que pretendía combatir: la injusticia, la violencia, el acoso laboral, los atropellos a varios derechos humanos y a la autonomía de las facultades y los departamentos, la corrupción, el dogmatismo, el fanatismo; cómo mancilla el buen nombre de nuestra universidad y su merecido prestigio, daña irremediablemente el tejido social de la comunidad universitaria.  En la universidad, este discurso que perdió legitimidad nos trae el terror y la dictadura del pensamiento y la verdad únicas, la pobreza y superficialidad de la ortodoxia de lo políticamente correcto.

Cierta forma de lucha por la dignidad y la visibilización de la mujer, que en sí es muy noble y justa, se corrompió y hoy en día se transformó en una lucha de poder, llevada por medios ilegítimos, una guerra de mercenarios, sucia e insensata, que provoca violencia y muertes y llega a extremos de crueldad y vulgaridad difícilmente identificables con lo que Julia Kristeva llamó el “genio femenino”. Pues, como aclara la filósofa y psicoanalista, propia de la identidad femenina es precisamente la facultad de tomar con cierta distancia, y no tan en serio como los adeptos del pensamiento “viril”, las luchas de poder, lo cual le evita la estupidez de la vanidad, la ambición y los abusos de poder, la ceguera que traen los radicalismos. Como si intuyera que la verdadera vida está en otra parte. Desde luego, no se trata de que quienes practican el pensar “femenino” no puedan o no deban figurar en la esfera pública y la escena política so pena de perder sus atributos, como a menudo se malentiende. De lo que se trata es de que el genio femenino no se siente plenamente realizado en la esfera pública y política porque es de naturaleza superior. Tampoco se trata, en ningún momento, de resignarse, retirarse, no dar la lucha. Claro que hay que darla, igual que todas las luchas justas en este mundo. Se trata de luchar de manera más inteligente, sin meterse de cabeza en la lucha, conservando la lucidez, para no repetir, con otros actores, los mismos errores y abusos de antes. La imagen poética de esta superioridad femenina, de esta sabiduría llena de encanto, ligeramente irónica ante la vanagloria, el poder, el éxito y demás guerras de los hombres; de la mujer libre que lo contempla todo desde la altura y parece un poco de otro mundo se encarna en la persona excepcional que es la gran escritora Albalucía Ángel, nuestra Doctora Honoris Causa del año pasado. Escuchemos su voz, firme y segura de sí misma, pero serena, libre de odio, agresividad o resentimiento: “Lo del boom fue siempre y parece sigue siendo como ese famoso brandy Soberano para los españoles: ´cosa de hombres´… No nos trasnocha ese problema. Lo que sí sabe la mujer de América Latina que anda en la aventura de la palabra es que ya no hay barrera que la ataje”.

Es propio de lo femenino no confundir la plena realización como ser humano con el poder, no apostarle todo, no absolutizarlo, no aferrarse  a él, porque no es lo máximo en la vida y, con más razón aún, no lo es todo. Ahora bien, el comportamiento de los exponentes del feminismo banalizado es, más bien, masculino, porque no sabe sortear o relativizar la tentación del poder. Sus adeptos no solamente se toman muy a pecho la lucha de poder, sino que la vuelven encarnizada y violenta, pisan sobre cadáveres, cuando se trata de sus objetivos. Cadáveres reales y cadáveres simbólicos, porque aquí la primera atropellada resulta ser la ética. Como se puede notar, el discurso analizado es, en realidad, una forma de machismo que vuelve, en su versión más feroz y sin escrúpulos, bajo una etiqueta engañosa. Un discurso que ya perdió su auténtica naturaleza femenina y, con ella, su calidad de discurso crítico y pensante, quedó vuelto un sancocho, un híbrido kitsch, en el sentido filosófico y cultural que la palabra adquiere en Milan Kundera, o para el crítico y teórico de la literatura rumano Matei Călinescu. Es decir, una forma degradada, falsa, no auténtica, paralela a las grandes expresiones culturales, revolucionarias y artísticas, a las cuales se asemeja superficialmente, sin llegar a ser lo mismo. De manera que los legos, los que no saben que no todo lo que brilla es oro, se confunden. También es un típico producto de la modernidad, pero, en realidad, se trata de un subproducto, donde la ética se transforma en pose y que carece de autenticidad y originalidad, porque no es engendrado por la modernidad pensante y el pensamiento crítico, sino por la modernización que sigue su rumbo ciego, en virtud de la razón técnicoinstrumental. De igual manera, el discurso más específico sobre la VBG que corresponde al discurso feminista kitsch también se degrada y pierde, total o parcialmente, la brújula. Cual enfermedad autoinmune salida de control, ataca ahora lo que había que defender, pues más que la impunidad, la violencia y sus defensores, su blanco predilecto hoy en día es el pensamiento crítico al que pretende exterminar. Es un peligro, porque es una fuerza ciega, que no es ni ética, ni pensante. Y esto ocurre precisamente porque lo kitsch, sea pensamiento, comportamiento o actitud, gesto, no tiene conciencia de sí mismo o, mejor dicho, es producto de una falsa conciencia, de una impostura, de una pose de moda que sustituye a la auténtica ética y a la toma de posición personal, suplantando el auténtico contenido de verdad. De estos peligros o lados oscuros de la modernidad y de la cultura de masas nos vienen advirtiendo las mentes más lúcidas desde comienzos del siglo pasado.

Por esto, muchas mujeres nos vemos obligadas a tomar distancia del estereotipo de mujer que creó este discurso feminista masivo y de denunciar que este patrón pobre, banal y violento, de segunda mano no representa, pese a sus pretensiones abusivas, tampoco a la mujer, así como no representa a las víctimas, ni a la izquierda digna, sino que también la ofende. Tomar conciencia de esto no es en ningún caso un acto de falta de solidaridad con las mujeres, ya que, la razón crítica y las fuerzas del NO, que permiten la disidencia, son propias del reino de lo femenino y de lo íntimo. Según Kristeva, es más propio de la identidad femenina que de la viril ser auténtica, resistir, protestar y no resignarse al consenso convencional, ni dejarse intimidar por el qué dirán, asunto sobre el que reflexionan todos sus libros que versan sobre la revuelta íntima. Formar en el espíritu del genio femenino es, entre otras, enseñar a gozar asumiendo con dignidad y firmeza la disidencia. Lo aprendí de mi gran maestra, la profesora de literatura de la Universidad Nacional Hélène Pouliquen, autora de un libro tan breve como iluminador: Dos genios femeninos, Simone de Beauvoir y Julia Kristeva.

 

LA IZQUIERDA Y EL PENSAMIENTO CRÍTICO

Ahora bien, el pensamiento superficial sobre género y la VBG, propagado en formato masivo, tiene la fuerza de la “banalidad del mal” que analiza Hannah Arendt, y se nos convirtió en una verdadera plaga y un real peligro. Porque aparte de usar sin escrúpulos la noble causa de las víctimas reales, que obtiene un legítimo consenso de toda la gente de buena fe, instrumentaliza y enloda también el merecido prestigio que la izquierda pensante y humana se ha ganado en este país luchando por la democracia y la construcción de una sociedad más justa y más civilizada. Ambas, la reparación de las víctimas y la lucha de la izquierda, por razones históricas, causas muy sensibles en la sociedad colombiana, que generan adhesiones masivas. Por eso mismo son enlodadas e instrumentalizadas por este discurso de masas, que une de manera oportunista un feminismo adulterado con la falsa promesa de solucionar las violencias con base en género y de reparar a las víctimas, y asimila las víctimas y la violencia de este contexto a aquellas investigadas por la Comisión de la Verdad. En un país con tantas víctimas reales de violencia extrema, aterradora, es cínico, perverso, poner de moda el victimismo, transformándolo en moda kitsch. Ya está el sancocho y resulta poderoso: con fuerte poder manipulador, pues la casta del discurso de masas analizado, que es un discurso improvisado, kitsch o posmoderno light, mejora al mimetizarse con el discurso político de la izquierda, que es un discurso moderno, bien armado. Por tanto, junto a las verdaderas víctimas, la izquierda pensante es la primera que debería denunciar este sustituto de feminismo, que atenta contra su dignidad al tratar de escudarse en ella. Un feminismo adulterado, rendido con sustancias tóxicas y que en su forma más exitosa y común de hoy contiene altas dosis de fascismo y neoliberalismo.

Como bien se entiende leyendo a Edward Said, ninguna afiliación política nos puede asegurar que juzgamos bien la realidad. Ninguna tiene siempre la razón y es para siempre dueña de la lucidez. Ciertas luchas políticas pueden tener total razón en su contexto, en el sentido de que se dan bajo banderas inspiradas, oportunas, justas y por causas verdaderas. Pero el espíritu y el pensamiento críticos planean por encima de todas estas luchas e ideologías, lo cual no significa que estén desconectados de la realidad, que no estén comprometidos. Significa que contraen un compromiso con la realidad y la humanidad que es de orden superior, de un orden más general, más abarcador y, por eso, más lúcido. Sin perder el contexto, sino al contrario, abarcándolo en toda su magnitud. Solo el ejercicio permanente y fresco del pensamiento crítico nos permite interpretar y juzgar adecuadamente la realidad, porque evita el naufragio por culpa de prejuicios o ideas a priori, las rigideces ridículas de las ideas fijas, y también el estancamiento en la podredumbre y el lodazal del dogma, permitiendo el fluir, siempre renovado, siempre actualizado, flexible, sensible al contexto. Nací en Rumania, durante la época de la Cortina de Hierro, donde la izquierda manchó y ensangrentó su nombre, lo inscribió en la historia de la infamia. Años después me adoptó y recibió con los brazos abiertos su querido país donde la izquierda pensante trajo luz y justicia. En mi relativamente breve experiencia de vida, para mí, la izquierda pasó de ser el horror a ser la esperanza, la fe, aunque no ciega. Por esto es tan importante el pensamiento crítico, porque permite ver más allá de la propia circunstancia y de la propia ideología. Permite volverse sabio, tolerante, a la vez que crítico, en el sentido de la amplitud de miras desde la cual se puede superar y someter a un permanente examen crítico toda filiación o afiliación (E. Said) dogmática. De otra parte, a nuestra izquierda colombiana, que por su historia en este país se ganó el crédito, pero no el apoyo incondicional, no le puede pasar nada mejor sino ir siempre de la mano del pensamiento crítico.

EL PENSAMIENTO CRÍTICO, EL DIÁLOGO Y EL DEBATE FRENTE A LOS DISCURSOS DE MASAS, MEDIÁTICOS, HEGEMÓNICOS E INSTITUCIONALES

 Mi planteamiento sorprendió y se transformó en el centro del debate. Pese a las diferencias, en todo el foro hubo consenso total a propósito de la necesidad de combatir la violencia de género, el abuso y el acoso sexual, el machismo y, sin duda, todos los docentes entendemos que es misión y obligación de nuestra universidad tomar medidas de prevención y de sanción de estos delitos. La polémica surgió al abordar el tema de quiénes y cómo tienen que prevenir y hacer justicia en estos casos.  Muchos profesores creemos que es asunto de todos nosotros y no solo de los “expertos” y que, además, en este momento es muy importante para la buena solución de estos graves problemas que la universidad ofrezca a la comunidad universitaria la posibilidad de debates públicos que se puedan llevar a cabo en un ambiente de respeto, libertad y seguridad y donde puedan hablar en confianza y sin censura los numerosos docentes, de ambos géneros y de cualquier identidad sexual, todos los que se mantuvieron callados en esta conversación del grupo docente, llevada por un medio como el correo electrónico, que a todas luces no es el más apto para propiciar un verdadero debate.

En respuesta a mi planteamiento académico, esperaba oír otros planteamientos académicos que cuestionaran y confrontaran mis argumentos y mis demostraciones y no un discurso banal, contradictorio, empobrecido y vulgarizado, que se convirtió en un arma de desquites personales. Durante todo el debate (que llegó a más de ochenta comentarios y duró más de una semana), los exponentes de la Escuela de Género desafortunadamente no hicieron presencia. Creo que habría que apostarle a una cultura de la crítica constructiva, dejando atrás los prejuicios y los lugares comunes en virtud de los cuales a la crítica se le considera non grata, se le asimila a un ataque personal y se le calla con injurias. Cuando hasta la crítica más dura, si es producto de un ejercicio genuino del pensamiento, se convierte en un hecho muy positivo al ser asimilada, en el momento cuando aprendemos a ponerla al servicio de las buenas causas. En este caso, desde mi punto de vista, no se trata de cuestionar la legitimidad de la lucha por la igualdad de derechos y oportunidades, sin discriminación según el género, de todos los seres humanos, por la justicia y por la dignidad de las víctimas. De lo que se trata es de corregir y frenar unos fanatismos, ya que, según Kristeva, el feminismo es un humanismo que no busca prolongar la lucha de los sexos, sino, al contrario, su reconciliación.  De reorientar el discurso de género de masas hacia el norte que parece haber perdido, las causas de la dignidad humana, la búsqueda de un nuevo humanismo sin “ismo”, de una nueva forma de humanidad, ante los obvios extravíos de un discurso degradado y masificado que se expresa a través de redes y prensa amarillista, reemplazando la reflexión crítica por demostraciones de Tik-Tok. Y no se puede pensar en formato masivo, ni debatir en redes, que sirven más a una clase de terrorismo digital y que son más histéricas y antisociales que sociales. Allá están como pez en el agua los subproductos típicos de nuestra época posmoderna, de la cultura de masas y del espectáculo, producida por la industria editorial y cultural, la publicidad y los medios. El hecho de que este discurso de masas tenga una amplia adhesión no nos tiene que intimidar a los docentes, pues precisamente nuestra misión es combatir el pensamiento banal y los lugares comunes exitosos y no hacer uso de discursos mediáticos, con el fin de ganar adeptos, a la manera de un excandidato presidencial, cuyo nombre no quiero recordar, porque entonces nos ponemos rojos todos.

SOBRE LA GRAVEDAD DE INSTITUCIONALIZAR PRÁCTICAS COMO LOS MUROS DE LA INFAMIA, REALES O VIRTUALES, Y LA INSENSATEZ DE BUSCAR JUSTICIA POR MEDIO DE LA INJUSTICIA

Sin embargo, además de muchas felicitaciones que me llegaron de parte de docentes de todo el país, recibí también, de parte de algunas docentes que se reivindicaron como defensoras de este discurso (por ejemplo, una profesora de derecho y defensora de los derechos de la mujer), insultos, amenazas, calumnias y señalamientos con base en tergiversaciones de mis afirmaciones que, además, fueron publicados por su amiga en redes sociales con mistificaciones y comentarios que me convierten en blanco de agresiones por personas y grupos radicales. Estaría con todo el derecho de radicar una queja en contra de la docente que actuó de esta manera y de su amiga, a la que involucró en esta conversación, pese a que no es docente de la Universidad Nacional. La persona se permitió, además, ofender en bloque a todos los profesores de la Universidad Nacional y a la institución misma, cuya calidad académica negó en términos vulgares. Sin embargo, no me interesan los pleitos personales, sino la causa común. Lo que me interesa poner de manifiesto aquí, es la manera como estas personas que se autoproclaman “expertas” en violencia de género y derechos humanos, a la vez que censuran la participación en el debate de quienes no somos “especialistas”, usan de manera ilícita, unos canales institucionales de denuncia que nuestra universidad creó para proteger a las víctimas de la violencia con base en género para hacer justicia, y no con el fin de sembrar el terror y de producir más violencia, perjudicando a la propia universidad.

 

El guión de la Farsa de Género en el Festival de La Confusión

Cuando por fin un profesor decide romper el silencio y se atreve a involucrarse responsable y valientemente en el debate, con la probidad de la persona que no tiene nada que esconder, una de las “expertas” en VBG publica una queja dirigida a la Veeduría Disciplinaria por violencia de género en contra del profesor, quien interviene en mi defensa y comenta que el cinismo de quien así me trata no tiene límites. La observación del profesor, lejos de ser expresión del machismo y la violencia de género, se hace en defensa de una mujer calumniada, representa un acto ético de restablecimiento de la justicia y nombra con propiedad el comportamiento de quien actúa en virtud de una doble moral, con pleno conocimiento del tema. Al radicar semejante denuncia, la denunciante explota de mala fe una confusión grave que se produce y que la universidad no debería permitir. La etiqueta VBG es tan amplia y desenfocada que se presta a que se confunda todo con todo. La acusación grave de violencia de género no debería abarcar tanto hechos reprobables y de la gravedad de una violación como la “falla” de discrepar del planteamiento de un colega “experto” en VBG y de criticar su planteamiento o su comportamiento, porque entonces, la categoría “violencia de género” se desdibuja, se vacía de contenido, se transforma en farsa e impostura. Como resulta de este caso, que le consta a toda la comunidad académica de los docentes de la Universidad Nacional, actualmente es posible que, debido a una diferencia con un colega, un eminente profesor se vea tachado de por vida con una marca que, descontextualizada en internet, se entiende como sinónimo de “violador”, “pederasta”, “abusador”, “acosador”, “machista”, etc.  No hay derecho de confundir hechos tan graves con las palabras de amonestación de profesores acusados injustamente de ser acosadores y, uno de ellos, víctima de una falsa denuncia por VBG, que no hacen sino reaccionar ante los insultos de los cuales ambas especialistas en derecho me hacen blanco con toda la tranquilidad de la “experta” que sabe que lo puede hacer impunemente, porque la temible queja de violencia de género no procede, tratándose de una persona del mismo sexo que ellas. Las “expertas” se lucran de esta confusión y, en cambio, más allá de las víctimas personales, la universidad sale muy perjudicada.

 

Falsas denuncias y el proyecto de universidad pública y de Universidad Nacional, dentro y fuera del país

Las denuncias y los delitos en nuestra universidad, si bien son hechos reales y graves que debemos tratar con la debida seriedad y responsabilidad, pertenecen a lo excepcional, no a la vida cotidiana. Pues se trata, a mucho honor, de la universidad del pueblo, de la nación y de una universidad de fama mundial. No podemos exhibir la ropa sucia en sus paredes, no porque neguemos su existencia, sino porque no es éste su lugar. Con más razón aún porque, al ser mirada nuestra universidad desde zonas remotas del país, tan diverso desde todo punto de vista, o desde otras latitudes, se pierden de vista los contextos inmediatos. Antes de pasar a la acción, antes de animar esta forma de denuncia, hay que pensar en qué implica esto para el proyecto de universidad de la nación y para la internacionalización de nuestra universidad. Cómo va a ser posible cumplir con estas misiones si en nuestra universidad se promueven unas prácticas vulgares e injustas. Ya los medios y, sobre todo, los canales tradicionales de televisión presentan toda problemática relacionada con la universidad pública con un fuerte sesgo político y de la cultura de masas. Supongamos que un gran científico quiere entablar un diálogo con su par de la Universidad Nacional y, al lado de muchos años de calificaciones excelentes de su desempeño académico, le sale en la página “violador” o “pederasta”, escrito por un anónimo irresponsable que tomó la justicia por mano propia, que la confunde con la venganza o que es instrumento de algún docente que lo manipula para su satisfacción personal. El escrache virtual y real, en los muros de la infamia, deshonra nuestra universidad. Después de 14 o 20 horas de vuelo, un invitado internacional visita el campus de la Universidad Nacional y la imagen de ella que es justo que vea es aquella que es expresión de nuestro esfuerzo y nuestros intereses comunes, de lo que une a la comunidad universitaria y no de unas venganzas personales, mezcladas con denuncias reales hechas de una forma inapropiada y que, en su conjunto, hunden a toda la universidad en la maraña indigna del chisme, la venganza, la exhibición impúdica de la intimidad ajena.

 

Para qué sirven los protocolos institucionales y la burocracia

Volvamos al caso expuesto. Soy mujer y fui testigo, como toda la comunidad universitaria, de unas falsas denuncias de acoso y de violencia de género en contra de dos colegas, de las cuales las primeras se hicieron por este medio público y la última, más grave aún, fue presentada a la Veeduría Disciplinaria de la Universidad Nacional. El actual “Protocolo para la prevención y atención de casos de violencia basadas en género y violencias sexuales en la Universidad Nacional de Colombia”, que urge revisar, sigue los patrones del discurso de género masivo y por esta razón, me recomienda que anime toda denuncia, que no la desmotive, que no pida ninguna prueba, que no indague, que no minimice, que no culpe, etc., es decir, en conclusión, que no piense, que actúe sin reflexionar. Bajo la amenaza de convertirme en infractora, si no procedo así, y de que me lluevan las condenas de que soy cómplice, instrumento o hija mimada del patriarcado, no soy empática y solidaria con las mujeres y con las víctimas. Pero ¿cómo obedecer si me consta claramente que las víctimas son los dos respetables colegas y el abuso consiste en presentar una falsa denuncia? Así me cuelguen, no puedo actuar según este guion, precisamente porque soy justa y ética. Urge distinguir debidamente entre denunciante y víctima, respectivamente, denunciado y culpable, porque se están usando como sinónimos y no lo son.

¿Paranoia o impostura? Sentirse “acosada” por el pensamiento ajeno, otra manera de denunciar la “violencia de género” que representa no compartir la ortodoxia de género. La Inquisición frente a los cismáticos

 Igualmente, “acoso” no puede significar, indistintamente, el acoso sexual o laboral que sufre una víctima real y a la vez el hecho de que una profesora siga recibiendo los mensajes de su colega, pese a que advirtió que no los quería recibir, porque efectivamente, como aclara el profesor, éste no estaba acosando, sino haciendo uso de un medio público, igual que ella. Si en estas condiciones la denunciante pretende sentirse “acosada”, no se puede animar su denuncia porque constituye una falacia, una impostura, un irrespeto de las verdaderas víctimas, un abuso del canal institucional adecuado para las denuncias serias y verdaderas, no para ser convertido en un arma en las trifulcas entre colegas. Las palabras de otro profesor acusado injustamente fueron sacadas de contexto y su sentido fue manipulado. El profesor no invitaba a la discriminación, sino que el sentido de sus palabras era comentar lo que se pudo constatar en el debate mencionado: que la mayoría de los docentes que juzgan y actúan en virtud de este discurso feminista de masas se niegan al diálogo reflexivo y respetuoso, donde cada participante aporta su argumento, y lo reemplazan por amenazas de denuncia e insultos. Es en este sentido que con ellos no se puede hablar y es mejor que uno ni lo intente, es decir, no hay comunicación posible.

No todo lo que tiene cierta semejanza superficial es lo mismo. Alzar el tono puede ser la manifestación del autoritarismo y la violencia machistas, pero también puede ser la expresión de legítima indignación del hombre ético ante la farsa o el fanatismo, un grito de la digna rabia, la pasión por la verdad que sale a flote con cierta violencia. Pero la violencia en este contexto significa necesidad apremiante de justicia y liberación. Es absolutamente necesario y urgente distinguir debidamente entre facilitar y hacer posible, en condiciones de seguridad, libertad y confidencialidad el acto de denunciar, de una parte y, de otra, instigar, fomentar, animar la denuncia justa e injusta, indiscriminadamente, como quehacer de tiempo completo. Se necesita 1) los medios: canales institucionales apropiados, que sean efectivos e instancias que impartan justicia y 2) la colaboración y participación de toda la comunidad universitaria. Todos los docentes tenemos el deber de apoyar y tramitar la denuncia fundada y auténtica, lo cual hace innecesaria la mediación de la figura del denunciante profesional, “experto”, cuyo desempeño vemos que degenera a menudo en la banalización, generalización y vulgarización de la denuncia y conduce a la aparición de falsos positivos. Pero para que esto sea posible, es absolutamente necesario no proscribir también la razón crítica, que permite discernir entre lo verdadero y lo falso. Solicito, por tanto, que se repruebe la conducta de los docentes que usan como pretexto la lucha feminista y la transforman en lucha de poder y arma terrorista para resolver venganzas personales, y se desestime su queja.  Igualmente, que se revise el significado que las “expertas” en asuntos de género que intervienen en este debate atribuyen a las categorías “acoso” y “violencia de género”, se estudie su pertinencia y su legitimidad y, con base en esto, se tome las debidas medidas de revisión de los protocolos de atención, pues se trata de confusiones y abusos que no se debería perpetuar. 

 

DICTADURA DE GÉNERO Y VIGILANCIA DE LA ORTODOXIA O LA LUCHA POR LA INCLUSIÓN, LA DIVERSIDAD, LA NO DISCRIMINACIÓN MEDIANTE LA EXCLUSIÓN, EL PENSAMIENTO ÚNICO Y AUTORITARIO Y LA ELIMINACIÓN DE LOS HEREJES

Si bien un discurso de género, pensante, crítico, académico, puede resultar necesario, de todos modos, un enfoque único no se puede institucionalizar y absolutizar, convertir en el único correcto y obligatorio para todas las disciplinas humanistas, porque no deja de ser una perspectiva, que para muchas disciplinas no es pertinente. No tiene por qué imponer su punto de vista, y menos a través de la intimidación y la violencia, en nombre de la defensa de la diversidad, pluralidad y de la lucha en contra de la discriminación. Como profesional en estudios literarios me atrevo a poner en su conocimiento, muy comedidamente, que en literatura este enfoque produjo, en la mayoría de los casos, verdaderos desastres. En la medida en que se limitan a hacer una revisión de rasgos que en literatura no son pertinentes, como, por ejemplo, si las obras cumplen con la cuota de género o si los personajes se comportan conforme a los patrones de la corrección política de género, o a un protocolo de prevención u otro, estos planteamientos han producido verdaderos disparates y ridiculeces. Porque claro, en la literatura auténtica los personajes NO actúan NUNCA según estos estereotipos. Pero en virtud de la mediocridad de este tipo de crítica, se aplaude a menudo a la obra sosa y convencional, políticamente correcta, mientras se censura a la obra maestra o se trata de empañar su brillo. El enfoque de género no tiene por qué llegar a funcionar como un órgano que vigila el cumplimiento de una ortodoxia, como ocurre en las dictaduras con la Seguridad del Estado, que infiltra todas las instituciones y censura cualquier perspectiva diferente. Tampoco hay razones para que monopolice los apoyos y la atención otorgadas a la investigación y a la docencia porque, de esta manera, en nombre de la inclusión se practica la discriminación. Pues, mientras más se invierta en prevenir y sancionar según los patrones de este discurso desgastado, más denuncias y escándalos se producirán, según la lógica de la oferta y la demanda.

 Me despido con la esperanza de que encontremos las vías para restablecer el diálogo y garantizar la seguridad y el respeto de los derechos para toda la comunidad universitaria, de que entre todos propongamos nuevas estrategias para combatir no solamente la violencia basada en género, sino toda forma de violencia y de corrupción, desde enfoques amplios, interdisciplinarios, incluyentes, que sean combatibles con la calidad y la excelencia académicas. Y de esta forma recuperemos la cordialidad y la confianza, superemos el ambiente de histeria colectiva y terror que tanto daño nos hace a todos y tanto perjudica a nuestra universidad. Que pronto nos podamos dar UN abrazo, un abrazo sin miedo como debe ser en la UN.

                                                                                                                        (Bogotá, 7de marzo de 2023)

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Editor FUNLAZULI

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