Editorial agosto de 2020
Al Gobierno Nacional se le resquebraja la Política Cultural
Por: Alejandro Jiménez Schroeder*
Director Lapislázuli Periódico. Profesional en Estudios Literarios. Magíster en Estudios Culturales. Universidad Nacional de Colombia.
“Dinamizar” la economía desde el sector de las Industrias Creativas ha sido el tema del Presidente Iván Duque desde su paso por el Banco Interamericano de Desarrollo cuando propuso junto con Felipe Buitrago “La economía naranja”, iniciativa que convertiría en uno de los pilares de su gobierno; esta propuesta genera más dudas que certezas, en tanto que el uso reiterado de esta terminología se ha convertido en sinónimo de agujero negro para la política cultural del país, en donde cabe de todo, y no aparece nada.
Fomentar emprendimientos para convertir arte y cultura en contenidos altamente mercantilizables puede sonar atractivo para algunos, a la luz de proyectos como Station F, la incubadora de startups más grande del mundo que cuenta con un capital superior a los 250 millones de euros. Cual si fueran poco menos que importante quienes ejercen y dan vida a las artes y la cultura, el gobierno ha decidido dar vía libre a la Corporación Colombia Crea Talento –CoCrea- la cual tendrá este año un cupo de inversión de $300.000 millones y grandes beneficios fiscales para los inversionistas; es fundada con recursos del Ministerio de Cultura, el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo, la Cámara de Comercio de Bogotá y Comfama, y probablemente administrada en futuro próximo por clúster y plataformas comerciales de carácter privado amparadas por Cámaras de Comercio, donde se beneficien sus propias iniciativas.
El modelo de Economía Naranja no solo es perjudicial para orientar los lineamientos de la política cultural de un país, sino que, además, retrasa el reconocimiento de los derechos y la diversidad cultural. La política pública, más allá de la línea de “emprendimiento”, debería empoderar proyectos territoriales y construcción de país desde lo comunitario, sin homogenizar su labor a través del discurso del mercado.
Cada artista, gestor cultural, investigador, debería contar con garantías de acceso a financiamiento y oportunidades, su formación y capacitación que coadyuve la máxima expresión de su potencial como generador de cambios para una sociedad incluyente y en paz; además de suplir sus necesidades básicas, el acceso al sistema de salud, así como recursos y subsidios de desempleo cuando dé lugar a esto. La Economía Naranja no contempla este componente social del Ser Humano pues está detrás de una rentabilidad. La cultura se homogeniza a través del mercado, y los agentes trabajan en función de lo que la sociedad de consumo demande. ¿Cómo preservar las diferentes expresiones culturales y evitar que desaparezcan aquellas que no son comercializables? ¿Cómo establecer los lineamientos fundamentales dentro de la política que garantice y preserve el derecho fundamental de la diversidad, y la conservación de las expresiones culturales que forman parte de nuestro patrimonio inmaterial?
Revisemos la política cultural de largo plazo, y también a la luz de la recesión económica que traerá consigo la pandemia del COVID-19, que dejó al desnudo las grandes dificultades y carencias de los artistas para subsistir en este medio. Sus reclamos, y la de otros miembros del sector son crecientes porque se sienten desprovistos del acompañamiento de un Ministerio que no ha sido diligente en suplir las necesidades mínimas para su desempeño. A pesar de las múltiples propuestas que se han hecho desde distintas organizaciones del sector, y en diversas mesas de concertación desde el inicio de la cuarentena, no se visualiza interés alguno en la política pública que beneficie a los artistas. Por el contrario, el Gobierno avanza en dirección opuesta, con decisiones que sólo ampliarán la brecha de inequidad, sin querer percatarse que muchos artistas padecen física hambre y abandono.
No objetamos el estímulo y promoción de los emprendimientos culturales, y el fomento para el desarrollo de emprendimiento digital como “industrias creativas”. Lo que sí está claro es que no es viable competir en mercados de oferta y demanda en escenarios como el actual donde el protagonista es el beneficio económico de grandes inversionistas frente al descuido de tantos y tantos artistas que deberían ser los grandes beneficiados. La invitación es seguir apostándole a la innovación, pero teniendo como eje al ser humano y no el mercado. Es fundamental redoblar los esfuerzos para garantizar el bienestar del ecosistema que permita preservar las expresiones culturales, que además de generar nuevas industrias y empresas culturales, se orienten a reconstruir el tejido social deteriorado por la violencia y crear identidades culturales que muestre la en beneficio de nuestra sociedad y de sus actores.