Allí Estaba | Por: Alberto Fernández

Allí Estaba

Por: Alberto Fernández

Entré a la ciudad por la puerta norte. Sabía que nadie me vería. Allí estaba el mar. Un suave viento movía las arboladuras de los barcos anclados, solitarios, que danzaban sobre el agua con la misma elegancia tal como si estuvieran en un enorme salón. La música suave a veces y otras estentórea la ejecutaban las olas. Las aves buscaban algo sobre la superficie del mar.

Allí estaba ella, pequeño cuerpo, corazón palpitante, mirada de azul claro. Como sin darle importancia la superé unos metros. Al instante volví para inmortalizar la semejanza. ¿Era una mujer o un reflejo del cielo? Dos profundos huecos contenían esa imagen. Qué importaba el sereno blanco de su rostro si su mirada olvidaba la dura realidad de la tierra sin recuerdos. Era justo la hora en que se esfumaba la utopía del día anterior para dar paso a la nueva quimera. El llamado ocaso le abría paso al nuevo amanecer, decir mejor, la alegría de un nuevo día de vida. El azar engalanaba la presencia vital con el color de esos ojos de cielo sin rastros de nubes pasajeras.

Me quedé un largo rato extasiado en ese azul como inmerso en el mar, en el cielo sin nubes. Pero tuve que partir, me urgía una misión. Hubiera muerto allí en ese azul, cielo, mar, para gozar la eternidad. El cometido era más fuerte.

Llegué hasta el lugar programado y esperé. Era necesario esperar. Cuando salió de su casa, traje claro, corbata, zapatos lustrosos; allí estaba, di marcha al coche y lo atropellé. Tal como lo había previsto, sin sangre, sólo para que su cabeza golpeara en el asfalto, una muerte segura. Un mismo final. Entonces escapé, de la misma manera que él mató. Escapando. La hora temprana de la mañana lavaba la escena de testigos. De igual forma.

No era conveniente ni estaba programado pero volví a la orilla del mar para libar del azul claro, mujer o reflejo del cielo. Allí estaba. Perpetuaba su figura. El mismo color de ojos en los dos profundos huecos, igual pequeño cuerpo, corazón palpitante, golpeando su cabecita en el asfalto y el hombre de traje blanco en impecable huida.

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Editor FUNLAZULI

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