ArtBo: Sin puertas ni ventanas

 

ArtBo: Sin puertas ni ventanas

Por: Alejandro Schroeder 

Director FUNLAZULI

 

Estimado lector,

 

Quisiera tomar un momento para compartir algunas reflexiones, inspiradas en palabras que he escuchado repetidamente y que, aunque las he expresado en ocasiones anteriores, siguen siendo relevantes para el debate sobre el arte contemporáneo en Colombia. Pensé titular esta carta como «ArtBo: ¡Muy limitado!«, en homenaje a la certera expresión del maestro Manzur. ¡Muy limitado! es, tal vez, la mejor descripción para una feria que, año tras año, se desvanece sin dejar rastro, disolviéndose en el silencio como el humo al final del evento. Es una feria que no deja huellas, y que, en lugar de abrazar la diversidad y la riqueza cultural de un país pluriétnico y multicultural, sigue regocijándose en celebrar a los mismos dos o tres artistas y galeristas de siempre. Sin embargo, después de meditar sobre este tema, llego a la conclusión de que el problema fundamental radica en que la Feria de Arte de Bogotá es una caja cerrada, sin puertas ni ventanas, un espectáculo a puerta cerrada ajeno a la realidad que la rodea. ArtBo parece ignorar el presente y se aferra a una visión feudal, controlada por los mismos pocos que manejan el arte en el país.

Este es, quizá, el pecado más grave de ArtBo: su autoencierro. En lugar de ser un espacio vibrante de creación y reflexión, se ha convertido en un lugar monótono donde nada nuevo sucede. Ya lo he mencionado en otras ocasiones: ArtBo no es una feria donde se generen ideas, debates o tendencias. No es un lugar que enriquezca a la sociedad o fomente la pluralidad y diversidad de visiones. En cambio, parece haberse especializado en captar dineros públicos y privados para fabricar y vender humo.

Para nadie es un secreto que, históricamente, las artes han estado en manos de élites, y es por ello que la exclusión de artistas emergentes ha sido una constante. A pesar de los tiempos que corren, la situación no ha cambiado de manera significativa. Aunque pueda parecer que la escena artística ha evolucionado, las dinámicas de poder y las «roscas» aún prevalecen como el principal motor que dinamiza las artes y la cultura. Para ello, basta dar un vistazo rápido a quiénes son los principales compradores, galeristas y coleccionistas de arte en el país, lo que revelaría que el panorama sigue siendo el mismo de antaño.

Recientemente, me preguntaba: ¿Cuánto le cuesta ArtBo a los colombianos? ¿Qué sería de esta feria si no contara con la financiación pública, como sucede con la mayoría de las ferias que se realizan en Corferias? Las preguntas sobre el presupuesto que maneja la Cámara de Comercio de Bogotá y sobre la gestión de María Paz González, aunque importantes, en esta ocasión las dejo pasar a un segundo plano al identificar que el problema de fondo es otro: ¡Inercia!

¿Quiénes son las mentes detrás de ArtBo, que cada año repiten las mismas fórmulas? El aburrimiento es tan evidente que el maestro Manzur no ha dudado en declarar que ArtBo es «muy limitado» ante la posibilidad de dar mucho más. Y tiene razón: la feria ha fallado en abrir los espacios necesarios para descubrir nuevos artistas, nuevas galerías, nuevos territorios y discursos.

 

En este escenario, poco o nada importa el arte, vender arte, difundir arte… o cualquier cosa que tenga que ver con el arte, pues al parecer, la única motivación es repartirse la torta entre los mismos de siempre. Lejos estamos de ver un arte que se cuestione a sí mismo y nos haga reflexionar. Un arte que, lejos de ser captado por las instituciones, sea reaccionario. Un arte que fracture el modelo anquilosado de «roscas» y sea resistencia al mercado que ha capturado al arte a través de este funesto modelo neoliberal.

 

Es verdad que ArtBo ha abierto algunos espacios que antes parecían inaccesibles. Sin embargo, esos espacios, aunque bienvenidos, están limitados y responden a intereses específicos. El resultado es una feria que vende la ilusión de ser inclusiva, pero que en realidad sigue utilizando filtros y parámetros que perpetúan un control férreo sobre el mundo del arte. La «realidad» que presenta ArtBo dista mucho de las múltiples realidades que atraviesan a nuestra sociedad. Además, no responde a la necesidad urgente de construir un sistema artístico más incluyente, donde exista un verdadero espectro de pluralidad y diversidad.

En un discurso políticamente correcto, todos defienden la diversidad y la pluralidad, afirmando que el arte debe ser un derecho fundamental y accesible para todos. Sin embargo, en la práctica, el arte en nuestra sociedad sigue siendo un medio de exclusión y marginación. Aún estamos lejos de contar con las bases sólidas que permitan que la vocación artística y su profesionalización sean opciones viables. Para lograrlo, es necesaria una transformación estructural más profunda. Solo así podremos ampliar nuestros horizontes y convertir el arte en un espacio verdaderamente inclusivo para todas las personas.

 

 

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