¿Cómo surge la idea de profundizar en ArtBo Temporada sobre los diferentes tipos de creación colectiva?
De ArtBo me contactaron y me dijeron que estaban interesados en tocar el tema de arte y política, especialmente en los movimientos artísticos latinoamericanos de los 70.
Yo tenía interés en investigar la creación colectiva y cómo había surgido. Hacer algo en grupo es una respuesta política a un capitalismo que plantea un individualismo absoluto, y que ve la producción colectiva como trabajo serial. La individual, por el contrario, se considera arte. Por eso, trabajos en grupo como los que proponen Taller 4 rojo, el Teatro Experimental de Cali y el de La Candelaria son de suyo político.
Yo decidí abordar el tema desde finales del siglo XIX. El proyecto anarquista de la Colonia Cecilia que me parecía fascinante. En esa colonia -que duró cuatro años- la apuesta era por una relación completamente horizontal entre hombres y mujeres, algo raro para la época. Y eso no es lo único extraño. Su patrocinador era Pedro II de Brasil, quien representaba el poder que ellos querían dinamitar.
¿Cómo fue la investigación?
Fue como un encuentro conmigo misma. Por un lado, viene de un libro que publicó mi papá en 1992 -cuando cae el comunismo- que se llama “¿Qué pasó camarada?”. Lo escribe cuando tiene 80 años y lleva 60 siendo comunista. Es una autocrítica en la que se pregunta qué pasó.
Por el otro, me interesaba analizar la creación colectiva que propone mi tío, Enrique Buenaventura, en el Teatro Experimental de Cali. En esa época los teatros de Bogotá, de Cali y de distintas partes de América Latina comenzaban a experimentar con una creación colectiva en la que todos eran autores y actores. Es, en cierta forma, la utopía de la Colonia Cecilia llevada al teatro.
Hoy, esa manera de crear no se repetiría. La gente tiende al individualismo. Eso por un lado, y por el otro, nuestro mundo quiere vivir sin conflicto. En la creación colectiva el conflicto es inevitable.
El tercer capítulo de “Creación, comuna y libertad” es sobre el trabajo de Ana Montenegro y Marcia Cabrera. ¿Por qué?
Yo veía que en la obra de ellas había algo de la creación colectiva del Teatro La Candelaria. No es que lo de ellas sea una creación colectiva porque hay performance de Ana Montenegro y performance de Marcia Cabrera. Pero sí se notan unas líneas que vienen de esa creación de los 70: una mezcla de arte y política, y un arte que se propone cambiar nuestro panorama de vida, denunciando, por ejemplo, los asesinatos de los líderes sociales. Es, sobre todo, un arte que involucra completamente al espectador, que lo sumerge en la obra.
El último capítulo es sobre Adrián Villar Rojas, cuéntenos sobre su obra y lo que le llamaba la atención.
Adrián es un artista argentino que trabaja con greda y crea unas esculturas enormes. Sus obras me gustaban y yo las mostraba en clase a mis estudiantes. Fue después que me di cuenta de que para él, su equipo era su verdadera obra, no las esculturas.
Suele trabajar con las mismas personas. Por ejemplo, para la Bienal de Venecia en 2011 eran 14 trabajando como locos durante dos meses para crear un submundo de greda en un galpón.
A diferencia de la creación colectiva de La Candelaria, los integrantes del equipo de Adrián también tienen proyectos en solitario.
Yo trabajé con él en la exposición que presentó este año en la galería Marian Goodman de París, y él le pide a uno cosas imposibles. A mí me dijo: quiero que me hagas un esquema en el que pongas todo tu pensamiento, pero no de manera jerárquica y tampoco quiero que tenga pasos. Quiero ver en papel cómo piensas el tiempo y el espacio. Casi tiro la toalla varias veces pero al final, no sé cómo, salió.
La exposición era sobre el Calendario Republicano francés, que se inventarios los republicanos porque querían que la revolución fuera el año cero de la historia de la humanidad. Es una cosa loca porque las semanas son de 10 días, los días son de 10 horas, las horas son de 100 minutos y los minutos son de 100 segundos. Pero el círculo del reloj -que simboliza la rotación de la tierra sobre sí misma- no se puede dividir en 10 partes. Es la racionalidad humana intentando imponerse sobre el mundo y dominarlo absolutamente.
La creación colectiva de Adrián es muy distinta a la de los 70, pero también tiene su elemento utópico porque él pide imposibles. En una exposición en México le pidió a uno de su equipo que se volviera el sitio donde se hacen los ladrillos. A partir de eso, hizo un performance en el que la discusión iba llegando a niveles que ya no tenía uno ni idea de qué hablaban.
Estudiando estos procesos de creación colectiva, ¿qué aprendió sobre la creatividad?
Que no se hace sólo con la cabeza. Es un proceso que involucra todo el cuerpo. Es un manos a la obra.
Se plantea un problema, por ejemplo, por qué se está acabando el agua en los páramos. Todo el mundo tiene que investigar y llegar con ideas. Ahí comienza un juego de improvisación, que requiere dejar la vergüenza de lado, porque le puede tocar a uno hacer de frailejón. En esa improvisación no se piensa y después se crea. Se piensa y se crea al mismo tiempo. Es improvisando, jugando con todo el cuerpo que se va resolviendo el problema.
Luego viene el proceso de edición, en el que tienen que ser implacables. Y no es fácil. La creación colectiva es una pelea visceral pero amorosa.
¿Qué nuevas tendencias ha identificado en el arte?
Identificar tendencias es muy difícil porque en el presente las joyas están mezcladas con el lodo. Por eso le parece a uno que todo pasado fue mejor.
Esto te lo digo con el corazón, pero veo que la tendencia va hacia lo local, a descentralizar las ciudades. Hay artistas yéndose a vivir a fincas y creando pequeños grupos auto gestionados.
Acabar con la economía global, y apostarle más a lo local es nuestra única manera de sobrevivir.
Por eso, las recientes decapitaciones de estatuas de Colón son muy dicientes. Él marca el comienzo de la globalización y de la homogeneización del mundo.