Por: Mauricio Rodríguez (Francia)
Uno de los introitos más célebres y recurrentes, en este oficio en que se ha convertido escribir sobre fútbol, viene de Albert Camus, filósofo francés nacido en Argelia (y portero de fútbol del equipo de su universidad) que, entre textos literarios, ensayos y novelas, nos dejó esta deslumbrante frase a todos los futbolistas: «todo cuanto sé con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol»
Y es que detrás, más allá, allende las meras fronteras de cal que delimitan y contienen la tropa de 22 jugadores que se baten en pos de la portería contraria; más allá de la táctica y la estrategia, el fútbol es un compendio y una metáfora del Universo.
Cuestión de sensibilidades, objeto de simple apreciación hedonista o de estricto análisis estadístico y matemático, el fútbol es un deporte tan amplio y complejo que su larga sombra cubre la más diversa gama de lo heteróclito: desde la moral camusiana (antónimo moral del desencantado existencialismo sartriano) hasta un divertimento literario en forma de cuento futbolístico de Roberto Bolaño; pero también músicos, humoristas y hasta caricaturistas como el argentino (rosarino) Fontanarrosa a quien le gustaba bromear sobre su incapacidad para el deporte: «Tengo dos problemas para jugar al fútbol. Uno es la pierna izquierda. El otro la pierna derecha»…
Fútbol
«El ballet azul», llamaban (¿llaman?) a un equipo de la capital colombiana: los Millonarios, quizás gracias a que en aquellas épocas, durante lo que se llamó «El Dorado» del fútbol colombiano, jugaban en su seno estrellas de la talla de Di Stéfano, Rossi y Pedernera y bailaban hasta al Real Madrid español en Bogotá. Bailaban, como un ballet, como el ballet blaugrana de Pep Guardiola que durante cuatro años gobernó con mano de hierro y guante de seda el fútbol europeo (y mundial). Se movían los jugadores sobre el terreno de juego como en una danza, atacando todos a una y defendiendo igualmente, cubriendo espacios y creando vacíos a los que, inevitablemente, dócilmente, llegaba el balón. (Otra frase, de Ricardo Olivós, teórico de este asunto:
«En el fútbol, el que busca el balón no lo encuentra, y al que encuentra una zona libre lo busca el balón»).
Una danza pues, un baile de colores que maravilló hasta al mismo De Staël, quien dedicó una serie entera de cuadros a un partido que presenció en el Parque de los Príncipes de París… Movimiento, luz, color, flujo, pero poesía también. O poesía ante todo, más bien.
Que lo diga Platko (otro portero) que se reventó la cabeza en un mítico Barça-Real Sociedad por allá en los años veinte del siglo pasado, con la suerte de que aquel día, entre la multitud que atestaba el Sardinero de Santander, se encontraba el poeta Rafael Alberti, quien impresionado por la hazaña del portero húngaro (que con seis puntos de sutura regresó al terreno de juego para salvar a su equipo), compuso de inmediato una oda que se lee hoy igual que en aquel mayo de 1928…
Ni el mar,
que frente a ti saltaba sin poder defenderte.
Ni la lluvia. Ni el viento, que era el que más rugía.
Ni el mar, ni el viento, Platko,
rubio Platko de sangre,
guardameta en el polvo,
pararrayos…..
Y ya Alberti lo ha dicho todo…. nada queda más que agregar.