Por: Gabriel Jiménez Pallares
Me apropio de este espacio, la editorial de Diciembre para compartir algunas de mis reflexiones con los lectores de Lapislázuli Periódico sobre lo que sucede cada año durante este mes. Diciembre me traslada automáticamente a mis tiempos de infancia y a los regalos del Niño Dios; recuerdos que no se quedan en mis inicios de vida, sino que recorren como video las nostalgias y transformaciones de esta época.
No dudo en poner diciembre como el mes trascendental del año en busca del sueño más anhelado del ser humano: la felicidad. Esta sensación es una maravilla, pues no solo en mí se conjugan esos deseos; también en mi entorno, mucha gente la siente y la vive como la mejor época del año. Somos como réplicas de millones de personas en el mundo entero, inmersos en un legado que se mantiene en el tiempo y se renueva permanentemente.
Penetro en la sustancia negra mi cerebro donde se genera el pensamiento, allí donde se conjugan elementos de análisis para cifrar las esperanzas en la búsqueda de la utópica verdad; creo llegar al centro del entusiasmo de millones de personas que irradian felicidad en esta época. Siento que mis neuronas recargan las dopaminas al creer que la causa de tantas emociones sentidas y compartidas es la ternura de un Niño recién nacido, que se refleja en mi mente en el pesebre que mis padres me enseñaron a querer desde muy tierna infancia, iconografía representada por el Niño Dios, la Virgen María y San José, acompañados por el asno y el buey, los pastores de Belén, tres reyes magos, los ángeles del cielo, y la estrella que brilla sobre el techo del establo. Esta imagen que guardo como tesoro, proviene de la representación hecha por San Francisco de Asís en la Nochebuena del año 1223 en la localidad de Greccio- Italia.
La Navidad ha sido plasmada por grandes artistas, pintores, escultores, músicos, escritores. ¿Inspiración divina? ¿legado religioso? ¿tradición cultural? ¿manipulación comercial? Creo que existen muchas visiones o corrientes del pensamiento que interpretan la Navidad en forma diferente. Yo escojo la mejor interpretación para mí, y selecciono lo que es la causa que motiva o desencadena los otros sucesos: la Navidad como la celebración del nacimiento de Jesús.
La Navidad llega a nosotros como tradición; es lógico esperar que haya transformaciones en el tiempo, como adecuación de sucesos al momento histórico y al entorno social y económico. La época ha inspirado la reunión familiar, el reencuentro de amistades, el ánimo festivo acompañados con música, gastronomía e intercambio de regalos. Durante estos días se inspira el amor, el reencuentro, la reconciliación, y aún en condiciones muy desfavorables, la tregua en conflictos armados.
Recuerdo siendo muy niño, las cartas escritas al Niño Dios y los regalos puestos en la noche de Navidad; el pesebre diseñado y elaborado por todos en el hogar, el árbol de navidad con luces multicolores, la novena de aguinaldos, las oraciones y los villancicos. Más creciditos, las casas recién pintadas, muy arregladas e iluminadas, la noche de las velitas, las novenas bailables, la alegría colectiva. Hoy mantenemos en familia esta tradición católica porque nos hace sentir bien, y por considerar que es parte fundamental en el enriquecimiento espiritual y en el crecimiento de virtudes como seres humanos dispuestos no solo en soñar la búsqueda permanente de la felicidad, sino en el deseo compartir lo mejor de nosotros, con los demás.
Es paradójico que el Amor Puro, que se expresa en la humildad y desnudez de un Ser que llega al mundo en un pesebre en Belén con su mensaje de paz y amor, sea el argumento de intereses económicos de grandes empresas para manipular a consumidores mediante técnicas sofisticadas de marketing y el uso de medios masivos de comunicación. Valga retomar las palabras de Bettina Schade para quien “el origen cristiano de la Navidad, el nacimiento de Jesús, ha sido colocado en el segundo plano. Se está volviendo cada vez más una festividad reducida a un simple comercio y compra de regalos”.
Lejos de poner en discusión en este texto, el significado de los regalos de Navidad –que de forma maravillosa me explicaron papá y mamá siendo niño aún, o de quién es quién trae los regalos a los niños en la Nochebuena, si es el Niño Dios, los Reyes Magos, San Nicolás o Santa Claus (este último personaje promocionado, según se dice, por una multinacional de bebidas gaseosas) deseo más bien motivar el análisis de procedimientos de estas grandes empresas, que sobrepasan los intereses morales y las necesidades espirituales del colectivo humano para incrementar sus ganancias en épocas navideñas, época que alargan con artificios comerciales para beneficio propio (termina la fiesta de brujas o halloween, y empiezan a vestir las vitrinas con la navidad, y el bombardeo publicitario en televisión, cine, radio, vallas publicitarias) lo cual se impone con toda su estrategia de ventas e influye en las conductas y decisiones de individuos… con sus consecuentes cambios culturales.
No es sorpresa ver como se esfuman con pasos agigantados muchas de las tradiciones de poco lucro económico para las grandes multinacionales, y se transforma la expresión de la alegría de la época navideña y el desarrollo de la festividad.
Para nosotros, habitantes del trópico, donde la naturaleza nos premió con la salida del sol doce horas diarias durante los 365 días del año, con todos los colores del espectro visual en forma permanente, con la amplia alteración climática lluvia-sequía, frío-calor, con la más alta biodiversidad en flora y fauna, con la amabilidad innata y estados de ánimo variable de su gente, cada vez es más frecuente ver transformaciones drásticas en centros comerciales, donde los cambios en símbolos y costumbres navideñas cada vez son más evidentes, novedades que se trasladan a muchos hogares. La altísima variedad de nuestro entorno se transfigura cada vez en ambientes más homogéneos, a modo de mimetismo cultural producto de la imitación por las relaciones de dominación comercial, y por nuestro subdesarrollo. Esto se traduce en imágenes visuales (y artísticas) de expresión de la navidad, con bosque templado caducifolio en reemplazo de nuestros árboles tropicales, luces monocromáticas, y nieve de icopor (poliestireno expandido) que cae artificiosamente para cubrir vegetación y suelo (aun cuando estemos en plena sequía), por donde transita el trineo arrastrado por renos, que luego surca el espacio con la exclamación alegre del jo, jo, jo, jo…. de Santa Claus.
¿Esto es lo natural en el cambio, de lo tradicional hacia la modernidad en un mundo globalizado? ¿Cómo interpretarlos? ¿Son positivos, negativos, o neutrales estas transformaciones? Si nos situamos en perspectiva, a partir del análisis de las tendencias del cambio, los aspectos comerciales seguirán su curso en este mundo capitalista donde cada vez es más notorio el consumismo, la orientación hacia lo superfluo y efímero, como fantasías impuestas socialmente; y en comparación, una población creciente que subsiste en el rebusque y el marginamiento, porque en la realidad se incrementan las inequidades sociales y económicas entre las personas. Si analizamos la situación en prospectiva, es decir, creer que nuestros sueños son realizables, la otra elección es trabajar por conseguirlos, y construir nuestro propio futuro.
La decisión es nuestra responsabilidad, e invito desde las páginas de Lapislázuli, al análisis de cuál camino seguir. La reflexión puede iniciar sobre el siguiente interrogante: ¿Qué cambios induce en nuestro comportamiento y expresión cultural las transformaciones surgidas en la expresión navideña? Un tema concreto es repensar sobre lo que sentimos y consumimos. Artistas, escritores, gestores culturales, mamás, papás, en fin, todos podemos aportar mucho a la discusión en la búsqueda del crecimiento del ser humano, como Ser Humano. Probablemente sea necesario hacer introspección sobre nuestros propios cambios, lo que mantenemos de la tradición y el rumbo que seguimos. Creo que en nuestro proceso de transformación se deben fijar esos aspectos que nos son inherentes, que nos hacen diferentes, en la búsqueda de nuestra propia identidad latinoamericana, y tropical, en beneficio de mantener la heterogeneidad, nuestra diversidad, nuestra cultura, nuestras creencias y nuestros sueños, por encima de la estructura comercial avasallante.