Por: Alejandro Jiménez Schroeder
Hace 20 años sonaba en la radio «¡Y soy rebelde! Cuando no sigo a los demás / Y soy rebelde / Cuando te quiero hasta rabiar», y una generación entera crecía en la tensión de trazar nuevos derroteros culturales que le imponía ser “millennials” al tiempo que aparecían grandes avances tecnológicos que abrían la puerta a la ilusión de alcanzar aquello que todas las sociedades han anhelado: libertades y derechos que garanticen la autonomía. ¡Rebeldía! ¡justicia social, fraternidad y paz! Sin embargo, esta rebeldía no solo obedecía a los intereses del mercado, sino que además era mediatizada para establecer las conductas de masas de lo que vendría en los próximos años. Una rebeldía que lejos de ser las que suscitaron los gritos de libertad a todo lo largo de nuestro continente durante los períodos de Independencia, o las rebeldías que establecieron un paradigma durante el Mayo de 1968, se uniformaba de discriminación, clasismo e ignorancia.
Evidentemente estas consignas de rebeldía, lejos de lograrlo, han demostrado que las generaciones que vinieron de aquel entonces para acá fueron más carentes de argumentos, de discernimiento, y de capacidad de reaccionar de forma crítica a la dominación y el control de las masas. Sin embargo, habría que aludir que, al mismo tiempo, las formas de control se hicieron cada vez más sutiles, más perversas y eficaces para seducir a las personas para ceder sus derechos, sus libertades, a cambio de un puñado de nada.
Antes del cambio de milenio, términos como creatividad, imaginación, utopía o sueños llevaban consigo un significado social, una connotación compartida por la comunidad. A pesar de la existencia de problemas, injusticias y manifestaciones de barbarie, contábamos con el lujo del tiempo y la libertad para forjar nuestras aspiraciones. Con el tiempo y la juventud de nuestro lado, éramos ricos en posibilidades… y en aquel entonces no lo sabíamos.
Combatir al sistema se hizo una labor cada vez más ardua, donde en cada esquina aparecía una trampa, un entuerto o un truco que te vuelve a condenar a los paradigmas del consumo, de la ilusión y del capitalismo que terminan enajenando al Ser. Las crisis fabricadas acorralan a la humanidad, y terminamos por justificar las violaciones de los derechos humanos, terminamos por aceptar la pérdida de la humanidad y por asumir como “normal” la pérdida de la diversidad cultural; pero, sobre todo, terminamos por perder la capacidad de ser únicos y humanos. Nos robaron la individualidad y nuestra capacidad de Soñar, para convertirnos en sujetos que se repiten y se pliegan a la masa.
¡Si a veces has pensado que estás mal, no te preocupes! No eres tú, es la sociedad que te moldea a su imagen y semejanza.
En el año 1968, el director Stanley Kubrick llevó a la pantalla una de las películas que serían más representativas del siglo XX, «2001: odisea del espacio», una película futurista que anhelaba los avances tecnológicos para mejorar la vida del ser humano. La tecnología y la ciencia como el camino para continuar con la evolución y hacer mejor la vida en el planeta tierra. Sin embargo, lo que en un principio fue una promesa, se convirtió en una distopía que ni George Orwell (1984) ni Aldous Huxley (Un mundo feliz) pudieron imaginar.
Seres humanos hiperconectados a la tecnología e hiperdesconectados de la humanidad. Herederos de la crisis de los valores de una modernidad fracasada. Sociedades desarticuladas desde el individualismo y la subjetividad que dan paso a la fragmentación de valores y la transformación de las éticas y las morales, así como el surgimiento de millones de antivalores que fundamentan la crisis de identidad.
El mundo ha estado permanentemente en movimiento, lo dijo Heráclito hace más de dos mil años. Más ahora, el movimiento de ese mundo hace que las narrativas que daban coherencia pierdan verosimilitud, los pilares que sostenían las tradiciones tambaleen, y los referentes de antaño pasen sin eco ante “un mundo moderno líquido” como menciona Zygmunt Bauman, que está en permanente estado de transformación y permanentemente redefiniéndose.
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Dimensión Estética
Los desarrollos en Inteligencia Artificial -IA- tienen sus raíces a mediados del siglo XX, cuando Warren McCulloch y Walter Pitts presentaron su modelo de neuronas artificiales. En el ámbito literario, el futurismo también anticipó los tiempos venideros al representar máquinas y sistemas computarizados. Autores como Ray Bradbury, Isaac Asimov y Arthur C. Clarke fueron pioneros en abordar estas temáticas. No obstante, lo sucedido en 2023 tomó a todos por sorpresa. La masificación del uso de la Inteligencia Artificial a través de Chat GPT y otras aplicaciones fue un revuelo que nos llevó a reflexionar sobre cómo está transformándose conscientemente la sociedad, o si está avanzando sin control.
Los dilemas y debates generados por la irrupción de la IA han llevado a discutir el tema desde diversas disciplinas. En las artes, especialmente, se ha observado un empobrecimiento del diseño, la pérdida de la técnica y la consolidación de formas ajustadas a ciertos cánones, señalando la precarización de la IA para la humanidad. Comprender las situaciones en medio del cambio no es tarea sencilla, pero constituye el desafío que la contemporaneidad nos ha impuesto. En este escenario, los avances tecnológicos transforman de manera drástica las conductas y las formas de interrelacionarse de las personas. La cuestión del uso de la Inteligencia Artificial está aún por debatirse, al igual que sus implicaciones e impactos en aspectos tan complejos como la construcción de la identidad, la preservación de las culturas y la relación entre la labor/el hacer y la aparente vacuidad del tiempo operativo de las computadoras, que difiere del tiempo humano.
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Dimensión Política-Tecnológica
Internet, que en la década de los años 90 se promovía como un crecimiento al mundo y la globalidad, terminó encerrándonos en nuestras propias realidades. La diversidad cultural y el vasto mundo que había fuera de la internet terminó siendo homogenizado por los algoritmos y los patrones de consumo. Poco a poco se fue sucumbiendo a la inmediatez y el pragmatismo del mercado en perjuicio de muchas otras cosas.
Buscadores como Yahoo, AltaVista y Netscape Search fueron pioneros al proporcionar acceso al universo digital desde cualquier rincón del mundo. Sin embargo, con la llegada y consolidación del monopolio de Google, la realidad se vio mermada y filtrada por los intereses corporativos. Gradualmente, la importancia de cuestionarse y satisfacer la curiosidad disminuyó, ya que las empresas comenzaron a moldear lentamente nuestras rutinas diarias mediante «búsquedas sugeridas» y contenidos «relevantes» dictados por la publicidad y el mercado. La obsesión por los directorios virtuales alcanzó tal extremo que surgió la creencia de que «si no está en internet, no existe». Aunque la situación ha experimentado una ligera transformación con los años, la desigualdad entre el norte y el sur persiste de manera más vigente que nunca. Mientras las grandes potencias continúan produciendo y controlando los algoritmos y el acceso a la información, en América Latina y otras regiones, seguimos siendo meros consumidores. La interacción entre el desarrollo tecnológico y la geopolítica, ahora más que nunca, pone de manifiesto la brecha y la dificultad para establecer diálogos con las grandes compañías.
Es muy probable que en un futuro las guerras no sean por ideales, ni por ideologías. No sean por valores, ni por derechos humanos, sino por el control de grandes masas de usuarios que migran de una plataforma a otra, y el manejo de la información, tal como se pudo evidenciar en la pugna TikTok Vs Estados Unidos + Unión Europea.
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Dimensión Económica – Ética
El legado del escritor uruguayo Eduardo Galeano perdura a través de dos textos extraordinarios, «Derecho al delirio» y «El derecho de soñar«, que con el tiempo adquieren una relevancia aún mayor. Desde perspectivas divergentes, ambos apuntan al mismo objetivo: la defensa de la humanidad contra la deshumanización. Estos escritos alzan las banderas de la dignidad, la utopía y la diversidad, inspirándonos a creer y construir mundos mejores.
Con el transcurso de los años, estos textos se han convertido en manifiestos de resistencia frente a una sociedad que impulsa el consumismo y promueve “las poéticas del capitalismo”. En esta realidad, las personas son valoradas por sus posesiones y no, por su esencia. Las relaciones humanas se miden por el dinero y lo que uno puede ofrecer al otro. Los intercambios afectivos se reducen a simples transacciones, y la sociedad teje una red de consumo desmedido donde todas las cosas pierden su valor intrínseco y se les asigna un precio. La invitación de Lapislázuli Periódico es un llamado a la resistencia colectiva para recuperar lo cotidiano, lo sublime y lo trascendental, eludiendo las dinámicas contemporáneas del mercado. Proponemos la construcción de nuevas formas de interrelación, de vernos y de representarnos en un esfuerzo conjunto por restaurar la autenticidad en nuestras vidas.