Maestrías, doctorados y de la mercantilización de la educación de posgrados

 

Por:  Aura María Cárdenas Paulsen

Cuando terminé mi carrera de Derecho, a principios de los 2000, el panorama de posgrados en Derecho en Colombia era bastante claro: había diplomados (que no otorgan un título profesional), especializaciones (de carácter profesionalizante), una reducida oferta de maestrías y ni un solo doctorado. Las maestrías, claramente, estaban dirigidas a aquellos interesados en seguir su vena académica e investigativa. Para hacer un doctorado, inevitablemente, había que salir del país.

Conocí a algunos maestrandos de esa época y recuerdo que era gente culta, cultísima, en términos de sus conocimientos en Derecho. Estaban al tanto de las discusiones jurídicas y de los autores más contemporáneos, leían mucho, escribían pulcramente y tenían como plan de vida dedicarse a la academia (léase docencia e investigación) o a las altas magistraturas. Los pocos doctores que había para la época habían retornado de universidades extranjeras y eran, en su gran mayoría, docentes universitarios.

La demanda de maestrías empezó a aumentar, pero los programas tenían un enfoque puramente investigativo que no respondía a las expectativas de gran parte de los estudiantes. Muchos de ellos, aún sin tener corazón investigativo, lo intentaban, pero desertaban en el camino. Las universidades vieron la oportunidad de mercado y es, en ese contexto, que debió haber surgido la idea de diferenciar las maestrías de profundización y de investigación. Y fue un gran acierto en términos de negocio. A principios de la década del 2010, el panorama de las maestrías había cambiado completamente. Las maestrías se masificaron y los recursos económicos de los nuevos consumidores fluyeron a ríos hacia las universidades.

El perfil de los maestrandos también cambió. El concepto de “maestría”, de ser “maestro” en Derecho, se desnaturalizó. La mayoría de los estudiantes de maestría no son, hoy por hoy, “maestros” de su disciplina con conocimientos profundos sobre ella. Tampoco son investigadores, muchos no leen y tienen profundas fallas en la escritura. Objetivamente, son especialistas en alguna rama del Derecho y han escrito un trabajo sobre el tema. Es común que las universidades ofrezcan a sus estudiantes de especialización homologar las materias, pagar un poco más de dinero, presentar una tesis o tesina, o hasta un ensayo, y graduarse como máster.

El mercado laboral puso de su parte y el título de maestría reemplazó el de antaño de las especializaciones. Hoy parece que ser profesional, por ejemplo, ser solo “abogado”, ha perdido su valor. La situación se ha convertido en estructural y el círculo se ha cerrado. Muchas universidades son fábricas de maestros, muchas han reducido a su más mínima expresión las exigencias académicas e investigativas, por lo anterior, tampoco forman a los estudiantes en el quehacer investigativo, pero las registradoras suenan semestralmente con las tasas de matrícula de los estudiantes. Por su parte, en el mercado laboral, se pagan hoy salarios de hambre a los recién egresados del pregrado, las especializaciones ya casi no cuentan y solo con una maestría, que ha dejado a muchos con deudas en el sistema bancario, se logra aspirar a un salario un poco más digno.

Ese mismo ciclo se está empezando a producir hoy con los doctorados. Un nivel de formación académico e investigativo, que fue otrora solo para aquellos que tenían la vocación o soñaban con convertirse en docentes o investigadores, se está convirtiendo poco a poco en producto de venta en masa, pero a unos precios de bien de lujo.

Solo para dar contexto, algunas anécdotas (en su mayoría contadas por los propios estudiantes) de programas de doctorado en Derecho en Colombia:
– El primer programa de doctorado en Derecho en el país abrió sus puertas en el año 2009. Hoy, 15 años después, existen, si mis indagaciones no fallan, 31 programas de doctorado acreditados por el Ministerio de Educación.
– Hace poco escuchaba que, en una universidad bastante reconocida, habían aceptado, para la cohorte anual de 2024, a 30 estudiantes para el doctorado en Derecho. Una sola carrera, en una sola universidad y un número altísimo de estudiantes.
– En esa misma universidad, para una cohorte anterior, habían aceptado a 15 estudiantes. Vencido ya el plazo final de entrega de la tesis doctoral, solo dos de los estudiantes habían logrado avanzar satisfactoriamente en sus tesis y ninguno se ha graduado.
– De otra universidad, también de mucha reputación, tengo el dato de que tienen un índice de deserción en el doctorado en Derecho del 75 %.
– De otra más, me he enterado de que, en la última cohorte del doctorado en Derecho, después del primer año del programa, cuando se debe presentar el proyecto de investigación, no hubo un solo estudiante que presentara su proyecto.
– En otra universidad, de menor tamaño y reputación que las anteriores, de 12 doctorandos que entraron en una misma cohorte, 10 mandaron a hacer sus tesis (¡!) y ya se graduaron.

Como decía en un post anterior, el doctorado no es para todos, y así está bien, pero eso hoy parece haber pasado al plano del deber ser. La realidad es otra, con los terribles costos que esto tiene para la educación, para la investigación y para la ciencia. Las universidades, en su afán de mercantilizar la educación de posgrados, han desvirtuado la esencia de lo que era antes una decisión de vida, de compromiso con la producción y difusión del conocimiento en las respectivas disciplinas. Lo peor de todo es que, a pesar de lo que cuesta en un país como Colombia hacer un doctorado, en muchos casos, las universidades ni siquiera se toman el trabajo de formar a los doctorandos como investigadores. Pero sí les exigen presentar resultados de investigación del más alto nivel. Y ahí empiezan las frustraciones de muchos, los problemas de salud mental para otros y, al final, llega la deserción. Quizás lo siguiente que sigue en la historia serán los doctorados profesionalizantes o de profundización (como en las maestrías).

En suma, por lo menos de lo que muestra el panorama en Derecho, las universidades ofrecen sus programas de doctorado como producto de moda y de lujo que promete un mejor futuro profesional, reciben en sus arcas el dinero de los estudiantes, muchos de ellos desconocedores del real significado de lo que implica hacer un doctorado, en el camino dejan a los estudiantes a su propia suerte y la mayoría termina abandonando. Y en este proceso queda una larga serie de daños colaterales: para los estudiantes, para algunos profesores comprometidos, para la academia y, sobre todo, para la sociedad.

 

 


Sobre la autora

Dr. iur. Aura María Cárdenas Paulsen

Doctora en Derecho de la Universidad de Passau, Alemania, Máster en Derecho de la Universidad Libre de Berlín y abogada de la Universidad Nacional de Colombia. Su trayectoria profesional se ha desarrollado en el campo de la investigación, la consultoría y la docencia en las áreas de Derecho Constitucional, Derecho Comparado, Historia del Derecho, Justicia Transicional y Metodología de la Investigación. Tiene una experiencia docente de más de 20 años en diversas universidades colombianas y alemanas y, actualmente, es docente de cátedra de la Universidad Nacional de Colombia y la Universidad de los Andes, asesora de investigación a nivel de maestría y doctorado, conjuez del Tribunal Administrativo de Cundinamarca y asesora de la Oficina de Cooperación y Relaciones Internacionales del Ministerio del Trabajo.

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