Por: Fernanda Sandez | @Siwisi
En la esquina, un hombre en patas duerme en un colchón finito. Pasan bandadas de chicos recién salidos del colegio y esto sería una típica postal de otoño en San Cristóbal si no fuera porque –detrás de la puerta antigua, pasando el zaguán, cruzando el patio repleto de esculturas metálicas y presidido por un Fitito recubierto de botones de colores– aparece ella. Y estamos de repente en la Embajada de Ganímedes, siendo recibidos por su representante en la Tierra, vestida con un enterito bordó brillante y el pelo blanco de una muñeca. Nos quedaremos para siempre con las ganas de conocerle los ojos, porque en ella los lentes son ya parte de la cara. Un rasgo más, como la nariz o la boca de labios rojo furia. “Hola, vení, pasá, mirá”, dice, y camina moviendo los brazos por su reino lleno de cabezas de Buda doradas, estatuas de la liberad que se abren en abanico y esculturas de ella misma en tamaño natural.
Son ambientes y más ambientes repletos de obra y distribuidos en las dos plantas de la casa de su abuelo. “Es de 1890. Yo nací allá, en esa habitación”, y señala a lo lejos un cuarto que balconea sobre el patio. Setenta y siete años después acá sigue. Imparable. Sólo se sentará un rato para las preguntas, aunque no necesite de ninguna porque parece habérselas hecho todas.
Entre tanta obra, se destaca una reciente lámina que Marta Minujín realizó especialmente para NOTICIAS con el propósito de recordar los 500 años del fallecimiento del gran Leonardo Da Vinci y que muy pronto se entregará como regalo a los lectores de la revista.
Marta se ríe, se ríe mucho. Y la casa entera (con sus cuadros llenos de luces y de flecos móviles, sus colchones a rayas y todas esas esculturas que parecen haber sobrevivido a un encuentro cercano con Fredy Krugger) se ríe con ella. Con ese ser de otro mundo que ahora se para frente a una pantalla que proyecta otra de sus hazañas: haber sido parte de Documenta 14, en Kassel, Alemania, una de las muestras de arte más prestigiosas del mundo. En 2017 fue con un Partenón de libros del tamaño del Partenón real. Lo armó justo en el mismo lugar adonde los nazis habían quemado los mismos títulos con los que ella ahora levantaba una esperanza. Y los alemanes enloquecieron, claro.
“Fueron como un millón y medio de personas a verlo. Ese pueblo de Alemania, Kassel, fue reconstruido después de la guerra por un multimillonario y ahí se hace Documenta, la exposición de arte más fantástica del mundo. Se hace una vez cada cinco años y me invitaron. Tardé un año y medio en este Partenón”, dice. Y la sonrisa roja es la del gato de Cheshire.
Noticias: Perdón por ser tan terrenal pero, ¿estas participaciones se pagan?
Marta Minujín: No, no me pagaron por ir a Kassel. Vivo de esto (señala un cuadro). Cobré mil dólares, como cada uno de los artistas que fueron. Pero te financiaban la obra. Y acá el Ministerio de Cultura puso 190.000 dólares en esa obra porque agarré libros prohibidos de acá y los llevé. Llevé cinco mil libros. En total eran setenta mil. Al final la gente se los llevaba. El desarme duró siete días y se entregaban diez mil libros por día.
Noticias: ¿Y qué va a hacer ahora en Nueva York?
Minujín: Una reedición de La Menesunda, pero la produzco yo. Es como una copia de aquella pero en el siglo XXI. Abre el 25 de junio y sigue hasta septiembre. Sé que esta muestra va a marcar un antes y un después.
Noticias: ¿Y modificó con respecto a la original?
Minujín: ¡Nada! ¡La hice en 1965 pero era tan de vanguardia! Cuando la gente llegaba a un lugar adonde había televisión, se veían a sí mismos en circuito cerrado y mezclados con los noticieros en blanco y negro. Y había un túnel de neón que era la representación de la calle Lavalle. Porque La Menesunda era eso: una expresión de lo que era Buenos Aires. Soy de Buenos Aires y amo a la gente, lo popular. Lo espontáneo. Ahora todo eso se va a trasladar a Nueva York tal cual para mostrar que fui una mujer pionera. Tenía veintidós años y ya estaba mostrando lo que es el arte de hoy. Las instalaciones, por ejemplo.
Noticias: Y les habrá volado la cabeza. Estábamos además en las puertas del Onganiato…
Minujín: Claro. Acá se preguntaban si éramos “locos o tarados”. Eso decían. Lo que pasa es que yo hacía una ambientación con arte de participación masiva. Ahora en Nueva York van a entrar en grupos de 16, y a medida que unos salen, otros entran. Va a durar tres meses y se calcula que irán unas 700 personas por día. No pueden entrar más.
Noticias: Cambiando de tema, ¿qué edad tiene?
Minujín: Tengo setenta y siete años. Igual tengo tres asistentes y trabajamos de una a siete. Pero el lugar de mi vida adonde estoy mejor en el mundo es acá.
Noticias: ¿Si?
Minujín: Seeee. Acá puedo crear y estar en paz conmigo misma. Si me siento mal, vengo acá y ya empiezo a sentirme bien. Siempre supe que quería esto, que quería ser artista. Me creía que era Van Gogh. Y que era un genio.
Noticias: ¡Es una gran creencia!
Minujín: ¡Pero imaginate eso en los ‘50! Mis padres pensaban que estaba loca, que era una oveja negra, todas esas cosas. Fui a la escuela de acá a dos cuadras y ya en primero superior supe que sería artista, tenía siete años. Eso pasó con Martha Argerich, con Federico Peralta Ramos… Fuimos una generación de patitos feos que se hicieron cisnes.
Oda al colchón. Con sólo diecinueve años, Marta fue becada por la Embajada de Francia –y en vuelo directo– viajó de San Cristóbal a París. “Había dado el ingreso a Bellas Artes y entré con un diez. Pero a los cuatro años abandoné la carrera y me fui a vivir a París. Dormía en un galpón sin agua ni calefacción. Pero hice lo que sentía, con colchones viejos que recogía en la calle”.
Noticias: ¿Por qué los colchones?
Minujín: Porque tenían vida. El colchón tiene vida de por sí: ahí nacemos, dormimos, hacemos el amor, morimos. ¡Todo! El 50% de nuestras vidas pasa arriba de un colchón. Por eso largué los estudios: porque quería representar la vida, las cosas que siento, a través de colchones. Entonces, primero arrastraba los colchones viejos de la calle porque además, de plata, nada. Después me gané 17 becas más. Y así hasta los 41 años, cuando recién vendí una escultura y a partir de entonces comencé a vender.
Noticias: Porque lo suyo era el arte efímero.
Minujín: Claro, entonces estaba sin obra y sin un centavo. El Partenón de libros y todo eso fue efímero. Por eso vivía de las becas y era muy pobre. En Nueva York no tenía a dónde dormir y pasé noches enteras caminando por la calle hasta que se hacía de día y una amiga me prestaba su casa para ir a dormir. Dormíamos así: ella de noche, yo de día.
Noticias: ¿Cómo lo conoció a Andy Warhol?
Minujín: Y, porque ya era famosa. No hablaba inglés ni él español, pero me adoptó. Fuimos juntos una vez a la Gala del MET. Llegué en poncho y en patines. Ahora, con estas muestras, siento que vuelvo a Nueva York pero de otra manera, porque esta es una exposición individual. Van a ser 300 metros cuadrados en el tercer piso del New Museum. Una exposición multisensorial en donde la gente se transforma al pasar por esas once situaciones. Ojo, nunca me importó ser hombre o mujer porque creo que el arte no tiene sexo. La gran creación no tiene sexo. Sólo que ahora, como todo el mundo está puntualizando en la mujer, bueno… Ahí se dieron cuenta de que fui una pionera.
Noticias: ¿En qué momento para? ¿Para, alguna vez?
Minujín: No paro nunca. Mirá este libro (toma un libro enorme, con tapa rosa chicle, pesado como una guía de teléfono y llamado, cómo no, “Marta Minujín”. Es un catálogo razonado: toda su obra está ahí). Acá es cuando me volví hippie. Traje toda la cultura hippie a Buenos Aires. La época más feliz de mi vida fue esa. Acá estoy con Spinetta. Ahí sí que se vivía como se decía. El hippismo fue genial. Fui tres años hippie. ¡Vos sos un poco hippie! Tu look, tu energía.
Noticias: Eso es porque yo atraso. ¿Qué es esta foto?
Minujín: Es de cuando murió Picasso. Hicimos una muestra en el
MoMA con una cara de Picasso gigante y raptando gente. Estaban paseando por el MoMA y la llevábamos con destino desconocido. Después hice “La Academia del Fracaso” en 1975. El símbolo del fracaso era un frac, asado al asador. Un frac-aso (risas). Ahí era todo como en broma. Te vacunaban contra el triunfalismo.
Noticias: ¿Qué le pasaba al público en 1965 con la muestra que ahora va a clonar en Nueva York?
Minujín: La primera vez hubo gente que se asustó. Había un teléfono que te decía la hora, tenía olor a dentista y tenías que marcar un número para que se abriera la puerta. Después entrabas a una heladera a cero grado. Había un bosque lleno de texturas y de distintas temperaturas: frío, calor… Había gente que hacía ocho horas de cola, salía y quería entrar de nuevo. Se volvieron locos, locos, locos de tanto que les gustó. Pero las críticas fueron terribles.
Noticias: ¿Qué hace para estar así de vital?
Minujín: No siento la edad. Igual con los años me fui achicando. Los huesos se reducen. Pero cuando te dedicás al arte, estás tan concentrado en lo que hacés que no te importa nada más. Leo de todo, pero estoy en mi propio universo. Además, como creo que me quedan pocos años, no los quiero desperdiciar. Por eso no voy a ningún lado: ni a las entrevistas, los canales, ni a las inauguraciones. Porque mirás y te das cuenta de cuantos años te quedan. Hace 35 años que no voy a un médico ni a un dentista. A mí, el arte me protege.
Noticias: ¿Y el amor no?
Minujín: También. Hace 56 años que estoy con mi esposo. Es economista y viaja por Latinoamérica dando conferencias y seminarios de los impuestos. Es decir, nada que ver. Tuve un hijo y una hija con él. Creo que el amor es como el arte. No puedo vivir sin arte. Y sí, es como el amor: si lo encontrás, también es eterno.
Fuente: noticias.perfil.com
Autor: Fernanda Sández | @Siwisi