Los sueños de latinoamerica

Periodicolapislazuli.com 1:41 p. m. 16/05/2017 Actualidad
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Desde la costa Caribe de Cuba, o atravesando el litoral colombiano, en las lagunas y peñas de Boyacá y Santander hasta la selva amazónica. Desde la periferia de las grandes ciudades latinoamericanas hasta los nevados y llanuras lejanas del Perú y Bolivia. Una visión por Martín Gracia, médico, mochilero y aventurero colombiano.

Son las 6 am, cerca de Abancay en Perú. Un autobús atraviesa las montañas escarpadas de los Andes. Sopla un viento helado, el camino bordea las faldas del nevado Ampay. De repente se abre el horizonte a través de la única ventana con las cortinas abiertas de aquel autobús y se revelan paisajes congelados con la primera luz del día. Kilómetros y kilómetros de montañas cubiertas de rocas, hielo y nieve. Afuera, el paisaje es inhóspito pero fascinante.

Los sueños de Latinoamérica


Por: Lucía SantiEsteban, (Colombia)


Unos meses antes un avión sobrevolaba el litoral Atlántico colombiano. El huracán Matthew acababa de arrasar con buena parte de la infraestructura de carreteras del departamento de La Guajira. Martín Gracia, un joven médico bogotano, músico, mochilero y fotógrafo de afición observaba hacía un par de noches en la madrugada, como se hundían los botes de los pescadores azotados por los violentos vientos del huracán, en las costas de Taganga. Los pescadores, abandonando la tranquilidad de sus hogares, corrían semidesnudos en la costa y se lanzaban al mar alborotado; sacaban con baldes el agua salada de sus botes y aseguraban los lazos que les mantenían anclados a la costa. Luego, varios hombres fuertes halaban coordinados, sacando el acero y la madera del seno del mar que los reclamaba.
–Tuve mucha suerte– Relata Martín –los vientos del huracán enfriaron la atmósfera y la Sierra Nevada de Santa Marta se cubrió de nieve, algo que no sucedía hace años debido a los deshielos por el efecto invernadero. Logré tomar una buena foto de la Sierra desde la ventana del avión, pero no fue el primer huracán que viví– Hace el apunte: –el primero fue el Huracán Michelle en Cuba; me encontraba estudiando en Baracoa, al noroccidente de La Habana. Recuerdo la densidad y potencia de los vientos, era aplastante; el cielo se puso rojo, sopló dos días sin parar, la marea subió y tapó gran parte de la costa, incluyendo unas canchas de futbol que había allí. Quitaron la luz eléctrica en toda la isla para evitar accidentes eléctricos; el viento se llevó todos los estratos de nubes, y gracias a la oscuridad total en medio del mar Caribe y el cielo destapado, observé la noche con la mayor densidad de estrellas en toda mi vida. Las estrellas se veían en tercera dimensión, habían estrellas detrás de las estrellas, en 4 o 5 planos visuales distintos. Añade Martín –solo he visto un cielo parecido en Puerto Inírida, en el Guainía; nos encontrábamos viajando con una delegación de investigación de la Universidad de Antioquia. En medio de la selva, por primera vez logré ver la Vía Láctea surcando el cielo de extremo a extremo. Lamenté no tener el trípode de mi cámara para tomar una "foto circumpolar".
«Este es el rostro de Latinoamérica», pienso, mientras Martín me muestra una foto tomada por él hace años en La Habana. Una marcha multitudinaria se extiende por las calles del Vedado, hasta el horizonte se prolonga otro tipo de mar, un mar de miles de personas, obreros, trabajadores y campesinos. -Ellos llegaron a la ciudad en rutas de autobuses coordinadas por el gobierno cubano. Pude haber obtenido una de las mejores fotos de mi vida; un viejo helicóptero de origen ruso volaba muy bajo, mientras una gaviota le precedía, y un campesino anciano descansaba de espaldas al mar. No tuve la cámara fotográfica a mano a tiempo– recuerda Martín, y continúa hablando –Tal vez mi próximo destino sea África, en un voluntariado, o trabajando con Médicos Sin Fronteras, o el DF, Ciudad de México, o visite una amiga en Honduras, pero antes de partir de nuevo ya sé que, sea en Montañita en Ecuador, en Paracas en Perú, en Taganga en Colombia, en Varadero en Cuba, estaré en rutas turísticas. Es muy distinto cuando te introduces en las entrañas del país, de eso hablan mucho Juan Pablo y Laura, dos reconocidos mochileros argentinos en su libro "Caminos Invisibles".
A ese respecto apunto que acabo de pasar la época más maravillosa de mi vida conociendo familias, pueblos, paisajes, modos de vivir y de ser, en la provincia de Lengupá, en la provincia de Vélez, en el Valle de Tenza, en Boyacá y Santander. Más allá del Páramo del Vijagual se esconden pueblos coloridos de gente sencilla, amable, bella y con un gran corazón. Así como parajes naturales que aún no han sido contaminados por el turismo en masa. Peñas con cascadas que caen de grandes alturas convirtiéndose el agua en rocío antes de tocar los suelos, lagunas de agua cristalina que se forman por la lluvia y permanecen escondidas como santuarios en los bosques. Familias que te acogen como si fueras parte de ellos. No me atrevería a llamar hogar a un lugar diferente a esos…
Son las 6 de la tarde en las riveras del río Orinoco, en la frontera con Venezuela. Familias humildes venezolanas cruzan el río, persiguiendo a una misión médica que corre en un bote de motor. Madres con bebés en brazos, con fiebre, van en busca de medicamentos contra la malaria. La misión médica trata de refugiarse con alguna comunidad indígena antes de que caiga la noche y se haga imposible navegar por el río. Irremediablemente los alcanza la oscuridad y mientras uno de los barqueros alumbra en la proa del bote con una linterna de cabeza, el otro maneja con prudencia el motor desde la popa. –En la oscuridad podemos estrellarnos fácilmente con cualquier roca o tronco bajo las aguas– dicen aquellos hombres acostumbrados a surcar esas fuertes corrientes profundas, en algunos puntos, arremolinadas. Finalmente, la comisión encuentra un asentamiento indígena oculto entre los árboles en la inmensa costa del río, apenas evidenciado por una vieja canoa de madera encallada entre el lodo. Es como encontrar una aguja en un pajar. La antropóloga de la comisión camina sola, internándose en la selva y contacta a los líderes indígenas quienes dan su autorización para guindar las hamacas dentro del territorio de la comunidad. Antes de dormir, los viajeros recién llegados se desnudan en la oscuridad y se bañan en el río, acosados por el calor y el bochorno a lo largo del día, a riesgo de que surja cualquier tipo de animal de entre los troncos sumergidos.
Han pasado unos meses, es casi la media noche. Un grupo de rescatistas voluntarios, entre ellos paramédicos, auxiliares de enfermería, bomberos con experiencias en el terremoto de Haití del año 2010 y en el desplome de las Torres Space de Medellín, caminan enterrándose en el barro junto a las gigantescas rocas arrastradas por la avalancha a causa del desbordamiento del río Mocoa, Mulato y Sangoyaco. –Llegamos allí tras pasar la noche esperando un vuelo chárter desde Bogotá– relata Martín con la mirada perdida –Intenté salir varias veces con distintos grupos, hasta que repentinamente abordé un avión, y ya estaba con mi mochila al hombro de nuevo. Ha amanecido, avanza el día y hace cada vez más calor; los rescatistas organizan la logística para colaborar en la búsqueda y asistencia de las víctimas de aquella tragedia, y en los laxos de minutos de descanso comentan historias vagas: dicen que un bombero voluntario murió ahogado mientras intentaba rescatar una niña en el río. Y sin más comentarios ni controversias al respecto sólo reincorporan su labor. Martín concluye diciendo –Siempre he sido un gran admirador del trabajo de Sebastiao Salgado, un fotorreportero brasileño quien inventó el género de la fotografía socio documental. Empaqué mi cámara y consideré ésta una gran oportunidad para tomar fotos, pero cuando estuve allí, la cámara se convirtió en un estorbo; me di cuenta que, no había nada más que hacer, yo era un médico, debía cumplir mi labor y sin perder un segundo, ayudar.
Continúa el relato –Trabajé dos años en el filo de las montañas de Ciudad Bolívar, en programas de Salud Pública, mi trabajo era caminar todo el día; encontrar adolescentes embarazadas, abuelos abandonados, personas con discapacidad en los barrios más lejanos y tal vez más peligrosos de Bogotá. Me atacaron perros abandonados que se convirtieron en salvajes en zonas desalojadas de la ciudad por riesgo de deslizamiento. Me escoltaron pandilleros en barrios impenetrables manejados por las bandas de microtráfico. Me perdí entre laberintos infinitos de callejones, casi surrealistas ¿Cuál es la diferencia entre Ciudad Bolívar, Las Favelas de Rio de Janeiro, Las Comunas de Medellín, los cinturones de pobreza del Salvador?-
Martín hace una pausa y reflexiona: –Siempre he sentido que algo me llama desde lejos, y nunca he podido parar de caminar. En mi trabajo caminaba… caminaba y caminaba todos los días por calles encumbradas, escaleras, inclinadas, ascendentes y fatigosas con cientos de escalones que se internaban en las entrañas de los barrios en apariencia más misteriosos y hostiles de la ciudad. En la Habana caminaba, caminaba y caminaba; me perdía por la ciudad sin conocerla y veía a los cubanos jugando dominó en la calle, con sus casas con las puertas abiertas de par en par y vendiendo paletas de agua; llegaba la noche y me quedaba dormido en el malecón. Un día di un bote dormido y casi caigo en las rocas en el abismo del malecón que daba al ma. En la selva, viajamos sin cesar, navegando, navegando y navegando por los ríos Orinoco, Guaviare, 6, 8, 12 horas continuas, bajo la lluvia, contra el viento, viendo las aves lanzándose en picada a pescar, las toninas o delfines grises asomarse, las huellas fantasmales de los felinos en las riveras arenosas; mientras tanto comíamos en el bote mañoco y cazabe indígena. En Perú caminaba, caminaba y caminaba sin parar de día y viajaba en autobuses 8, 12, 18 horas de noche. El primer día tras caminar horas me sorprendió un faro escondido en la bruma en la costa Pacífica de Miraflores; el segundo día atravesé los cinturones de pobreza de Lima, y obreros sin camisa, cansados tras una jornada cotidiana de trabajo, me acorralaron contra la ventana en el autobús urbano. El tercer día vi en el museo, una galería fotográfica de "los muertos de la guerra en los años 80" librada por la guerrilla del Sendero Luminoso. El cuarto día vi atardecer en el desierto, descalzo en la arena de Huacachina, al sur de Perú. Transcurrió el tiempo así… Llegué una madrugada a Nazca y fatigado me dormí viendo los tejados tradicionales de los pueblos latinoamericanos desde la ventana de un hostal; conocí una abuela quechua inmensamente sabia y sosegada de espíritu en Abancay, que me contó su historia y escuchó la mía.
Llegué a Cuzco y encontré una familiaridad curiosa de esa ciudad con las ciudades elevadas de Boyacá. Subí a la Montaña de Colores en Vinicunca a 5200 metros sobre el nivel del mar, me sorprendió la arquitectura con rocas sin labrar de los cercados y casas de los indígenas, y las carreteras a ras de los precipicios. Me sometió la lluvia, la nieve y la imponencia del Nevado Ausangate. Dormí en una isla en La laguna Titicacá, grité en el Cañón del Colca el nombre de alguien que recordé. Hablé con un brujo al norte del Desierto de Atacama que adivinó todo sobre mi pasado y predijo mi futuro con la condición de que lo mantuviera en secreto. Arribé en la Paz, Bolivia, en un día frío y... no podía parar de caminar ¿cuál es la diferencia entre un Taita del Putumayo, un curandero indígena, un Chaman de los Andes, y un brujo en medio del desierto costero del océano Pacífico?–
Son las 8 de la noche. Me encuentro con Martín observando el color azul esmeralda de los Pozos Azules en Villa de Leyva. –Felicidad no hay... lo que hay es momentos felices... – dice. La marea ha bajado y el viento sopla vacilante, sin dirección. Amiga, la meta es el camino. Partimos de vuelta a Bogotá desde Boyacá, llegamos alrededor de las 6 de la tarde y sorprendentemente a esa hora Martín me condujo rumbo al mirador de la Calera. Se ha hecho de noche y mientras miramos como un espectáculo inesperado que no imaginaba ver desde allí, los aviones aterrizar y despegar de la pista del aeropuerto El Dorado. Martín cierra la noche diciendo: Los únicos regalos del camino son alturas vertiginosas, abismos insondables, ríos feroces, nostalgias que te esperan, distancias que te llaman, cumbres fatigosas, voces conocidas e imposibles que llegan desde lejos como fantasmas, recuerdos que te pisan los pies y que a veces te abaten… Abajo se ven, precedidas por los helicópteros que vigilan el tráfico, lejanas y engañosamente tranquilas, las avenidas desbordadas por las luces brillantes de los automóviles. Este es el rostro de Latinoamérica, un escrutinio de ilusiones creadas para vender.
Son las 7 de la mañana; tras viajar 7 horas estamos amaneciendo en el Páramo de Sumapaz, el páramo más grande del mundo, a 4650 metros sobre el nivel del mar. Estamos con Diego, un viejo amigo de Martín quién nos platica mientras se disipa el vapor del café caliente, preparado en una estufa de carbón de una casa campesina. Diego relata –Caminar por el páramo requiere confianza en sí mismo. La niebla es constante y el paisaje es frío en la impresión a los sentidos. Cuando caminé en él por vez primera sentí lo mismo que navegar en lancha por el mar. Es extenso y por su orografía y flora endémica y uniforme, se dificulta en extremo la orientación por lo que es posible perderse. A la vista humana es difícil percibir, si no se ha educado el ojo, las turberas que son grandes superficies de vegetación con poca elevación, característica del páramo. Estas turberas, por tener alta saturación en agua, son capaces de absorberlo a uno y asustarlo, en caso de no verlas a tiempo y pisar mal–. El terreno es difícil. Avanza la mañana; los campesinos vienen llegando tras andar días a caballo de la región del Alto y Medio Duda, en el Meta; y de las veredas El Pedregal y Totuma Baja y Totuma Alta del municipio de Cubarral. Diego apunta mientras nos internamos en los caminos refundidos en el Páramo –En esta época de lluvia debe ser duro el tránsito hasta el Duda, que es lo más lejano y peligroso–.
La aventura continuará...



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Actualizado: 1 6/05/2017

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